El poder en la época moderna

SUMARIO
Epígrafe previo 1103
Cap. 11
Mª Isabel Viforcos (Universidad de León)
La ciudad hispanoamericana. Reflexiones en clave de poder
Epígr. 1104 La ciudad barroca como escenario de la fiesta Párrafos 1-5 de 14
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La ciudad barroca como escenario de la fiesta
     Hemos venido insistiendo en cómo la ciudad se constituye en el Nuevo Mundo en expresión de poder desde el mismo momento de su fundación y como los distintos poderes –político, religioso, socio-económico, cultural- tienen en ella y desde ella su espacio y proyección. Pero, sin duda, es en su calidad de escenario natural de la fiesta barroca, donde con más claridad e intensidad podemos constatar su condición.
 
   
 
La fiesta: Fines, motivaciones y desarrollo
     La fiesta barroca, no persigue sólo, ni siquiera en primer lugar, un fin lúdico, pues su auténtico objetivo es reforzar, mediante la ostentación y la persuasión, unos valores -los del Antiguo Régimen- que se creen y se quieren inmutables: fidelidad a la Corona, aceptación del orden social y exaltación de la ortodoxia católica. Son precisamente estas funciones las que justifican que se invierta en ellas miles de pesos, sin importar que la situación económica de su promotor no fuese precisamente próspera ni saneada. La ruptura temporal, consentida y controlada del orden cotidiano, posee la virtualidad de hacer soportable el trabajo y las penalidades de los días laborables y, en la medida en que fomenta la participación, refuerza la cohesión entre los grupos sociales, por eso, la fiesta tiene ante todo, un carácter didáctico y propagandístico y sus elementos no son meros entretenimientos, sino estrategias de preservación del orden. Y en este sentido, se justifica el englobar en lo festivo, ceremonias como las honras fúnebres reales, los castigos públicos o los autos de fe, pues todos tienen visos de espectáculo, por su carácter ritual y teatral, y finalidad ejemplarizante.
 
   
 
     Cualquier acontecimiento de la familia real –nacimientos, matrimonio, muertes, coronaciones– eran causa suficiente para costosas celebraciones, y lo mismo las entradas y tomas de posesión de sus más altos representantes -virreyes, presidentes de Audiencias, obispos-, como veremos en la solemne entrada de obispo-virrey Morcillo en Potosí. Motivo para la fiesta eran igualmente una larga serie de acontecimientos religiosos: dedicación de iglesias, fundación y traslado de conventos, santificaciones y beatificaciones, dogmas -algunos incluso antes de declararse, como el de la Inmaculada-, recibimiento de reliquias, eso sin olvidar la larga serie de fiestas ordinarias fijadas por el calendario cristiano: Corpus –una de las más señeras-, Semana Santa, Virgen de Agosto, Navidad...
 
   
 
     Toda fiesta implica una alteración de la realidad cotidiana. La ciudad y particularmente la plaza y sus calles principales se transformaban para ella: se limpiaban, enarenaban o adoquinaban; se modificaba el espacio mediante arquitecturas efímeras -arcos, tablados, columnatas...-, se vestían las fachadas con colgaduras, tapices, retratos, enramadas, flores...
 
   
 
     Toda celebración, particularmente la barroca, lleva implícito el contraste, pues marca una excepcionalidad; por eso, frente a la ascética realidad cotidiana –impuesta por la escasez y por las constantes y reiteradas llamadas a la penitencia-, la fiesta se abre a la exhuberancia y la sensualidad. Consustancial a ella es el fuego, en forma de luminarias para los balcones, hogueras para las calles, fuegos de artificio y variedad de ingenios pirotécnicos; la obsesión por el fuego, quintaesencia de los efímero, no es más que una forma de alterar el ritmo de sucesión del día y la noche, de vencer a las tinieblas mediante la luz, un tema muy presente en la liturgia cristiana y en la estética barroca.
 
La ciudad hispanoamericana. Reflexiones en clave de poder
Epígrafe 1104 La ciudad barroca como escenario de la fiesta Párrafos 1-5 de 14
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Fecha modif. 25-09-2008