El poder en la época moderna

SUMARIO
Epígrafe previo 1201
Cap. 12
Rafael Cejudo Córdoba (Área de Filosofía Moral. Dpto. de CC. Sociales y Humanidades, Universidad de Córdoba)
El Poder en el siglo XVII: ciencia, metafísica y política
Epígr. 1202 La Revolución Científica y la nueva noción de fuerza Párrafos 1-5 de 9
Ver texto con notas
Siguiente epígrafe 1203
continuar leyendo el texto...
   
 
La cosmología aristotélica
     La Revolución Científica (escribámoslo con mayúsculas) fue un acontecimiento fundamental, quizás definitorio, de la Modernidad. No se trató sólo de nuevos métodos de conocimiento, ni del descubrimiento de verdades hasta entonces ocultas. Además de una ampliación del saber, supuso el repudio tanto de los métodos anteriores como de la metafísica que los sustentaba. Un cambio de cosmovisión o de paradigma que implicó otra forma de concebir el conocimiento como tal, y también de pensar el agente que lo produce. Cambios institucionales y sociológicos que afectan a la figura del científico, surgido en este momento, así como a las instituciones académicas (universidades y sociedades de investigación) [2]. Este acontecimiento cultural fue también espiritual, dejando marcas imborrables en la percepción que los seres humanos tenían de sí mismos, de su mundo social y de la naturaleza.
 
   
 
     Es un tópico la sustitución del teocentrismo medieval por el antropocentrismo moderno. Pero debe advertirse que la centralidad de lo humano en los comienzos de la Modernidad supuso el descentramiento y la problematización de la realidad humana respecto del ordo realitatis medieval. La obra del polaco N. Copérnico Sobre las revoluciones de las esferas celestes, publicada en 1543, dio comienzo simbólico a la nueva era científica. El astrónomo y sacerdote polaco propuso, a modo de hipótesis matemática para facilitar los cálculos, algo totalmente absurdo para la física y la metafísica pre-modernas: que la Tierra girase en torno del Sol. Las consecuencias del heliocentrismo copernicano fueron inmensas. Conllevó, primero, aumentar la distancia entre la Tierra (el hogar del hombre), y las estrellas (el hogar de Dios). Supuso después la explosión del universo aristotélico, limitado y localmente jerarquizado, sustituyéndose por un cosmos de infinitas dimensiones en el que la Tierra dejó de ser, por vez primera, el único lugar físico posible para la vida y los seres racionales. Todo esto requería una teoría física totalmente nueva que explicara por qué los objetos no salen despedidos, o por qué no adelantamos a las nubes si es verdad que viajamos entre las estrellas a 180.000 km/h o, lo mismo, que recorremos cincuenta kilómetros cada segundo.
 
   
 
     Según la metafísica aristotélica, base de la cosmología premoderna, la realidad está formada por sustancias y éstas, en general, constan de materia y forma que no sólo son constitutivos de la realidad, sino también causas de la misma. La materia es eterna, y las diferencias entre las substancias son cualitativas puesto que se deben a la forma peculiar que adopta la materia en cada caso. Existen en las cosas propiedades no definitorias o accidentales, pero también otras fundamentales dadas por la forma substancial en la cual consiste su esencia. En la Naturaleza las cosas son esencialmente pesadas o esencialmente ligeras, dependiendo de la mezcla de los cuatros elementos básicos existentes. La tierra es algo puro, inanalizable, y absolutamente pesado, lo cual significa que tiende por naturaleza a situarse en el centro del universo. Por el contrario el fuego es absolutamente ligero, con la tendencia natural a escaparse hacia la periferia del universo. El agua y el aire tienen un peso relativo, pues son pesadas o ligeras en comparación con los otros dos elementos. Más allá de la Luna existe un quinto elemento, el éter, que gira de manera uniforme arrastrando las estrellas y planetas. El conjunto final es un universo esférico con la Tierra situada en el centro, una región sublunar donde existen movimientos naturales hacia el centro del universo y hacia la periferia dependiendo de la esencia de cada substancia, y un 'cielo' inmutable que gira regularmente.
 
   
 
     Podemos comprender ahora que el heliocentrismo fuera un absurdo ontológico, además de contra-intuitivo desde un punto de vista físico. En relación con nuestro estudio del poder, nos interesa subrayar la naturaleza del espacio en el cosmos aristotélico. Se trata de un mundo esencialmente ordenado, en el que existen lugares naturales que son los correspondientes a cada cosa en virtud de su propia esencia. A la tierra pura le corresponde el centro, a aquellas otras substancias mixtas en las que predomine ese elemento les corresponden lugares proporcionalmente más alejados del centro: tras la esfera o capa de la tierra, corresponde por naturaleza la del agua, etc. En consecuencia el espacio no es homogéneo, no es igual en todas sus zonas, sino que hay un centro y una periferia en sentido absoluto. Tampoco es infinito, dado que la distancia que separa el centro (el centro de la Tierra) de la última esfera (la de las estrellas) es limitado. Por otro lado existen dos clases fundamentales de movimiento: los naturales mediante los que cada cosa regresa al lugar que le corresponde (caso del peso), y los violentos donde la causa del movimiento es externa al móvil, y éste se ve privado de su lugar natural. Un universo, pues, cerrado y ordenado en el que los cambios de posición y jerarquía son artificiales y forzados. No resulta muy difícil establecer analogías entre este orden cósmico y el orden socio-político premoderno.
 
   
 
La nueva física
     La explicación del movimiento terrestre requería modificar la concepción del espacio. Había que eliminar la noción de 'lugares naturales' de modo que el espacio fuera uniforme e isotrópico (análogo en todas sus zonas). La distinción entre movimientos naturales y violentos tampoco era admisible, dado que la Tierra se movía 'en contra' de su naturaleza, y el Sol permanecía violentamente fijado en el centro del cosmos. Era necesario así una 'des-ontologización' del movimiento, una separación entre la esencia de lo que se mueve y el movimiento como tal. Tanto éste como el espacio debían concebirse abstractamente, de manera independiente de las substancias que se mueven por él. Al eliminar los lugares naturales, ya no tenían sentido los elementos con cualidades ponderales esenciales, y se hizo necesario buscar una explicación física diferente. Ésa fue la obra que inició Galileo en la transición entre los siglos XVI y XVII y que I. Newton culmina en la segunda mitad del S. XVII.
 
El Poder en el siglo XVII: ciencia, metafísica y política
Epígrafe 1202 La Revolución Científica y la nueva noción de fuerza Párrafos 1-5 de 9
continuar leyendo el texto...
   
Fecha modif. 25-09-2008