El poder en la época moderna

SUMARIO
Epígrafe previo 1704
Cap. 17
Mª Ángeles Jordano Barbudo(Universidad de Córdoba)
La imagen del poder a través del arte. La figura de Hércules en el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro
Epígr. 1705 Bibliografía Párrafos 1-5 de 98
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Hércules a través de Zurbarán en el Salón de Reinos
     En 1634 llegó Zurbarán a la corte procedente de Sevilla, cuando estaba en el cenit de su carrera, con el fin de que pintara para el Salón de Reinos diez cuadros cuyo protagonista sería Hércules -todos conservados- y un lienzo con escena de batalla, que estaría entre los doce que se encargaron a diversos artistas. A pesar de que fue nombrado pintor del rey, Zurbarán estuvo el tiempo imprescindible para cumplir el encargo. Aunque en principio se le encargaron doce cuadros, la ubicación de éstos sobre las diez ventanas de la habitación hizo que se redujera el número a diez, que versarían sobre siete trabajos mayores, dos menores y la muerte de Hércules. La publicación en 1945 de la carta de pago a Zurbarán, con fecha de 13 de noviembre de 1634, por Mª Luisa Caturla despejó las dudas acerca de la autoría de las escenas de Hércules. El 12 de junio de 1634 el pintor recibía 200 ducados como señal del contrato de los doce trabajos de Hércules, luego reducidos a diez y a un cuadro de batalla (Defensa de Cádiz, Museo del Prado). Nuevamente, la presión de Olivares sobre los artistas que debían pintar para el Retiro se hizo notar: el 13 de noviembre estaba concluido el encargo de Zurbarán, a cuya entrega cobró el resto del dinero.
 
   
 
     Hasta no hace mucho se cuestionaba la invitación de Zurbarán -pintor de temas religiosos por excelencia- a la corte para elaborar el programa de un héroe mitológico. Tras la nueva lectura del programa iconográfico de las pinturas del Salón de Reinos, se comprende ahora su elección. La composición de los cuadros en los que Hércules es el protagonista es bastante similar, y los historiadores coinciden en la sistematización y el esquematismo de estos lienzos, pero ahora queda claro que fue totalmente intencionado; el interés primario era resaltar la figura del héroe por su fuerza tremebunda, capaz de aplastar el mal y de imponerse sobre la discordia; era él, pues, el verdadero centro en torno al que giraba el resto del cuadro. Esta simplificación rozaba el límite de los emblemas, donde lo que se buscaba era la claridad expositiva del mensaje, que no cupiera duda alguna en la interpretación del tema principal; así que la elección de Zurbarán, cuyo estilo respondía inequívocamente al objeto principal del encargo, cobraba completo sentido.
 
   
 
     La asimilación del mito de Hércules a los príncipes no era nueva. Ya Augusto se comparaba con él y en el siglo XVI se retomó la idea con inusitado interés. Fue Carlos V el que volvió sobre el tema, no en vano el héroe simbolizaba la virtud y la fuerza, cualidades que debían ser el norte del buen príncipe, de ahí que aparezca recurrentemente en palacios del XVI. Todos querían ser considerados sus descendientes, alegando la estancia de Hércules en distintos reinos del Mediterráneo cuando tuvo que venir a cumplir algunos de sus trabajos, pero hete aquí que su aventura con los rebaños del rey Gerión se localiza en el sur de España, lo cual vino como un guante a nuestros monarcas para considerarse sus descendientes con más prerrogativas que otros.
     Pero, ¿por qué tuvo tanto protagonismo este Hércules Hispanicus en el Salón de Reinos? Debía haber más motivos para justificar que ni más ni menos que diez cuadros le fueran dedicados y, además, estuvieran alternando con los retratos de los reyes y victorias de los ejércitos españoles. En primer lugar, Hércules constituía la imagen del héroe por excelencia, destacaba por su fuerza increíble, pero también por utilizar su ingenio en situaciones adversas y en las que debía tomar decisiones complejas, sin abatirse, siempre con una encomiable perseverancia. Se identificaba, además, con el sol, símbolo de virtud, y se llegó a decir que sus doce trabajos simbolizaban los doce planetas; si a esto añadimos que Felipe IV era conocido como el Rey Planeta -en su imperio no se ponía el sol-, obvian las explicaciones.
     
 
   
 
     Haciendo un esfuerzo imaginativo, es posible entender el asombro que debió causar esta versión tan ibérica de Hércules entre damas y caballeros de aquellos tiempos, nacionales y extranjeros, miembros de refinadas cortes. ¿A dónde quería llegar Zurbarán? ¿Y el rey, y Olivares? ¿Cómo dieron su visto bueno? Más parece el antihéroe, tal es su pelaje hirsuto y moreno, su rostro de cerrada barba y rasgos ciertamente vulgares. Este modelo respondía en verdad a la corriente estilística que envolvía a España en esta época y rompía con el ideal del denominado Hércules Farnese, más ajustado al prototipo clásico y seguido por artistas contemporáneos de la talla de Annibale Carracci, Guido Reni y Rubens. Lo que se pretendía era crear un "arte de la inmediatez" (Brown, 1990, 167-168), que se había ido imponiendo desde finales del XVI, sobre todo a partir de la Contrarreforma que quería acercar al pueblo los acontecimientos sagrados a través de personajes comunes, con los que se pudiera identificar. Ya lo decía San Ignacio de Loyola: "Hemos de imaginar lo que no vemos con la misma realidad que lo que estamos viendo". Por eso, Pacheco, veedor de la Inquisición y suegro de Velázquez por más señas, maestro de muchos artistas formados en Sevilla, insistía en que se tomaran modelos del natural. Aquí, en el Salón de Reinos, con el tema de Hércules, es lo que está ocurriendo. Acostumbrado a trabajar para órdenes religiosas y miembros del estamento eclesiástico que demandaban temas sagrados representados de forma contundente, legible, sin ambigüedad alguna, Zurbarán transpone los tipos que empleaba para sus cuadros religiosos al asunto mitológico que ahora se le encargaba, acertando de pleno en el objetivo del monarca y su valido, que debieron quedar satisfechos dada la celeridad tanto en la ejecución de la obra como en el pago de los servicios.
 
   
 
     También nos interesa la muerte de Hércules. Es curioso, como se ha dicho, que en el Salón fuera representado este tema. ¿Qué particular interés tenía? Pues, simplemente, su forma de morir: cuando su esposa le da la túnica impregnada con el veneno de Neso, Hércules no puede soportar los terribles dolores y acaba inmolándose en una pira, al tiempo que en plena apoteosis asciende al Olimpo donde los dioses le invitan a ocupar un puesto entre ellos, siendo uno de los pocos héroes que se convierte en dios. Ya Felipe II, en la ceremonia fúnebre que tuvo lugar en Bruselas en 1558 en honor de su padre el emperador, evocó esta idea de la pira al ordenar que se dispusiera una magnífica capilla ardiente que simbolizase la inmortalidad del emperador; y, al mismo tiempo, resucitando un ritual de los emperadores romanos que se convertían en dioses al ser pasto de las llamas, convirtiéndose el hijo en su sucesor legítimo, se respaldaba la idea del derecho al trono español del heredero.
 
La imagen del poder a través del arte. La figura de Hércules en el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro
Epígrafe 1705 Bibliografía Párrafos 1-5 de 98
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Fecha modif. 25-09-2008