CUANDO SAN JUAN SE HIZO MALTA
Apéndice bibliográfico

Pedro García Martín
Universidad Autónoma de Madrid
Angelantonio Spagnoletti
Universitá di Bari

© Seminario Internacional para el estudio
de las Órdenes Militares. 2002

La Orden de los Caballeros de San Juan de Jerusalén reza entre las más antiguas de la Cristiandad. Las fuentes coetáneas remontan su fundación a los primeros años del siglo XII, cuando el beato Gerardo edificó en Jerusalén un hospital, destinado a acoger a cruzados heridos y peregrinos enfermos. Esta tarea asistencial fue confiada a un puñado de caballeros que profesaban los tres votos monásticos de pobreza, castidad y obediencia, y que, además, habían contraído el compromiso de combatir contra el infiel por la defensa del Santo Sepulcro y de la Cristiandad. Los hospitalarios se convirtieron en la militia Christi de vanguardia en la "guerra justa" de Occidente contra la Media Luna.

A pesar del discurrir de la propia religión, removida en sus cimientos medievales, la Orden se presentará en los umbrales del siglo XVI plena de aquella vitalidad que perdieron otras instituciones similares, que, como la sanjuanista, habían sido fundadas en el tiempo de las Cruzadas. De esta forma se aprestaba a vivir una segunda edad de oro por su fuerte empeño bélico en las campañas terrestres, y sobre todo navales, que oponían los soberanos y las formaciones políticas cristianas al avance de los turcos otomanos en el Mediterráneo Occidental y en los Balcanes. Como señala una de tantas historias oficiales decimonónicas, con vehemencia militante, por entonces San Juan se convierte en "el más inexpugnable baluarte de la civilización y el más fuerte antemural contra la barbarie musulmana".

En 1530 el emperador Carlos V cedió perpetuamente al Gran Maestre y a la Religión del Hospital los castillos, plazas e islas de Malta, Gozo y Trípoli. Y lo hizo como feudo noble, libre y franco, reservándose el rey España el derecho de investidura y presentación en caso de vacante en el obispado. Encontraba así una nueva sede la Orden, después de haberse visto obligada a abandonar Rodas tras la ardua conquista del sultán Solimán, y, aunque Trípoli se perdió enseguida, los caballeros conseguirán mantenerse en el archipiélago maltés -de donde derivará la nueva denominación de la Orden- hasta 1798, cuando sean dispersados por los planes imperialistas de Napoleón. El primer halcón que los caballeros dieron al Virrey de Sicilia el día de Todos los Santos, en señal de reconocimiento de la donación feudal de la isla, simbolizó el momento en que la Orden de San Juan se hizo Malta.

La reorganización de la Orden

La Hierosolymitana Religio adoptará nuevos guiones y espacios en la escena del Mediterráneo moderno. El período comprendido entre el siglo XVI y parte del XVII será , al menos desde el punto de vista de su misión militar, el Siglo de Oro de la Orden. El gran asedio sostenido victoriosamente en 1565 contra el ejército turco del sultán Solimán el Magnífico (auténtica epopeya en la nueva historia de Malta), la prestigiosa participación en la batalla de Lepanto en 1571, los innumerables episodios bélicos a lo largo y ancho de los mares que bañaban desde las islas del Egeo hasta el Levante español, mostraron al mundo el valor -no exento de unas dosis de fanatismo- de los sanjuanistas.
Todos los caballeros estaban obligados a residir en Malta durante un lustro, en el curso del cual participaban en las caravanas o expediciones navales que contrarrestaban los movimientos de la flota adversaria, interceptaban navíos otomanos o berberiscos y saqueaban objetivos costeros en manos del enemigo. Era en tales empresas en las que se alentaba el espíritu de comunidad y solidaridad de los malteses al tiempo que se templaba su valor. Lo que no quita para que algunos de estos hechos de armas se dedicasen a la caza de algunas naves cristianas, en particular las mercantes de grano, con lo que la actividad bélica de los hospitalarios en estos casos no difería mucho de la de los piratas berberiscos a los que combatían. Por otra parte, entre las calidades que se pedían a los aspirantes de las lenguas españolas se encontraba su participación en tres caravanas completas, entendiendo por tal concepto viajes completos en las galeras de la Orden. En cualquier caso, en sus distintas concepciones, la caravana representaba un importante factor de socialización y homogeneidad entre los caballeros provenientes de todos los países de la Europa católica.

En cuanto a la organización de Malta, a la cabeza de la Orden se hallaba el Gran Maestre, articulándose en su etapa más clásica en ocho lenguas o naciones (Francia, Provenza, Auvernia, Italia, Castilla, Aragón, Alemania e Inglaterra), cada una de las cuales se subdividía en Grandes Prioratos o especie de provincias religiosas. En la Península Ibérica contamos con dos lenguas: la de Aragón, a la que pertenecían los Prioratos de Cataluña y Navarra y la Castellanía de Amposta, y la de Castilla, de la que dependían los Prioratos de Castilla, León y Portugal.
Los caballeros sanjuanistas debían contribuir a los dos fines de la Orden: la lucha contra los infieles, bien enviando hombres de su Encomienda, bien participando directamente en las galeras, caravanas y contiendas, y; la asistencia a peregrinos, pobres y enfermos, lo que se hacía mediante una contribución económica impuesta al Priorato o a las iglesias y posesiones de sus Encomiendas.

La de Malta, pues, era una Orden que, a diferencia de otras que en aquel período se estaban difundiendo en las Cortes europeas, aunaba su condición de religiosa y militar, y en la cual los caballeros aún practicaban los tres votos clásicos de pobreza, castidad y obediencia. Si este ya era un importante filtro para aquellos que solicitaban ingresar en Malta, no lo era menos la condición noble que se exigía a los pretendientes, así como una serie de requisitos cada vez más rígidos a medida que pase el tiempo.

Los aspirantes al hábito de la Sagrada Religión debían someterse a una serie de "pruebas". En la lengua de Italia consistían sobre todo en la verificación de una nobleza inmemorial por parte del candidato. Ello se concretaba en la extensión de la nobleza por cuatro ramas del pretendiente y su posesión de manera ininterrumpida desde hacía doscientos años. Además, el noble caballero debía provenir de una familia que no hubiese ejercitado oficios viles y mecánicos, trabajo manual o actividades mercantiles. Si bien una significativa excepción estuvo representada por los caballeros procedentes de Lucca, Florencia y Venecia, notables centros de la producción manufacturera y del comercio en el siglo XVI. Por último, como en los reinos hispánicos, se pedía limpieza de sangre referida a musulmanes y hebreos. Con la probanza positiva, el pretendiente se convertía en novicio, trasladándose a Malta, donde recibía instrucción conforme al rango y al papel que iba a desempeñar en la sociedad católica y aristocrática de su tiempo.

En las lenguas de Castilla, León y Portugal y de Aragón y Cataluña, las pruebas de ingreso eran de cuatro clases: "testimoniales", o declaración jurada de cuatro testigos nobles ante los comisarios encargados de la información de la calidad del aspirante; "literales", resultado de los instrumentos públicos y archivos; "locales", recogidas por los comisarios en los lugares de nacimiento y residencia del pretendiente, y; "secretas", practicadas en los casos necesarios sin conocimiento de las partes. Los candidatos a caballeros se preparaban mediante un año de noviciado, cursado en su casa, bajo el cuidado de un capellán y un comendador. Más tarde, emitían la profesión y los votos, abonaban el "pasaje" y realizaban caravanas para poder gozar de "ancianidad" y optar por Encomiendas. En otras "naciones" de la Orden las exigencias y los cuestionarios variaban.

El nuevo rol de los hospitalarios

No siempre todos los acogidos a la bandera de Malta estaban movidos por fuertes ideales que conllevaban una arriesgada actividad bélica contra los infieles. No todos los que vestían el hábito cruzado lo hacían sopesando la eventualidad de ser capturados por el enemigo o, en el peor de los casos, de perder la vida combatiendo a bordo de una galera. Ni siquiera muchos padres que inscribían a sus pupilos en la nómina de la Orden les preveían una vida consagrada al servicio de los ideales cristianos a través del ejercicio de las armas.

Aquéllas pruebas que con minuciosidad definían la calidad nobiliaria del pretendiente y de su familia constituían, si su veredicto era positivo, un ámbito de reconocimiento para todos los que en los siglos modernos querían afirmar sus altas posiciones en la sociedad, la ciudad o la Corte. La "nobleza generosa" que confería la Orden era, de acuerdo con los tratadistas del momento, la nobleza más pura y limpia, considerada superior a la que podía conferir un príncipe, desde el momento en que había sido trasmitida sin mancha durante al menos doscientos años. Por tanto, ser caballero sanjuanista significaba situarse en el vértice de la escala jerárquica de la aristocracia.
La decantación de los jóvenes aristócratas hacia la Religión de San Juan resultaba así elemento esencial de las estrategias familiares de los grupos de poder de la época. No había familia noble en Italia que no fijara para uno de sus hijos la militancia entre los sanjuanistas, hasta el punto de que se formaron auténticas dinastías en el seno de la Orden que, de tíos a sobrinos, se trasmitían la ambicionada cruz de Malta. Algo similar ocurre en los reinos hispanos, en particular en la Corona de Castilla, donde los cargos más importantes de la Orden se hallan en manos de la nobleza y los propios monarcas introducen a sus parientes en las dignidades para disfrutar pensiones.
El noble hospitalario resultaba así figura omnipresente en el panorama social, cultural y político de las Cortes y las ciudades en los tiempos modernos. Dotados de una inequívoca nobleza, así como de competencia en el campo técnico y militar, los caballeros eran apreciados también por sus dotes diplomáticas y, en suma, por el bagaje de saber típico de la civilización aristocrática de la Europa católica que habían acumulado en los años de su residencia en Malta. Por eso se les confiaban misiones prestigiosas, que daban cuenta no sólo de la familia de procedencia, sino también de la "calidad" de la ciudad, formación social o autoridad del propio príncipe o monarca.
Ahora bien, este prestigio tenía un costo personal, representado por los tres votos contraídos, que en la práctica no resultaban muy pesados, de acuerdo a los cánones y a la mentalidad de la época. El de castidad podía ser sorteado, al consistir en la abstinencia del caballero de contraer matrimonio, y era dispensable sólo por el papa y no por el rey como sucedía en las órdenes Militares hispanas. Al igual que el de obediencia, que se tornaba simbólica al regreso del iniciado de Malta y a la par era un escudo contra las pretensiones del mismo "príncipe natural". Era el de pobreza el que representaba un obstáculo a unas aspiraciones no muy impregnadas de espíritu evangélico.
El ingreso en la Orden privaba a los caballeros del derecho de sucesión directa en el patrimonio familiar y le impedía adquirir bienes destinados a sus parientes. Mas si estas normas eran frecuentemente violadas o eludidas, el problema que se planteaba a los altos dignatarios de Malta era hasta qué punto podían limitar la capacidad de acumulación de riqueza de los caballeros sin hacer peligrar un tono de vida que no contratase con sus orígenes nobles, con la posición ocupada en la sociedad y con la visión que la Orden quería dar de sí misma. De esta forma se toleró que los sanjuanistas podían hacer dispendios, sostener decorosamente a ellos mismos y a sus familias, acumular bienes y vivir con un lujo que poco tenía que ver con el voto de pobreza profesado. También porque ‚éste debía conciliarse con la costumbre de conferir a los caballeros las Encomiendas que en número copioso la Orden poseía por toda la Cristiandad.

La riqueza patrimonial de Malta

A pesar de la pérdida de los asentamientos en Tierra Santa y Rodas y del repliegue a la nueva morada maltesa, la Orden conservaba una gran riqueza patrimonial, manifestada en sus 800 encomiendas repartidas por toda Europa. Estas circunscripciones beneficiales de Malta podían ser de tres tipos: magistrales o del Gran Maestre, de justicia o ganadas por antigüedad y de gracia otorgadas como recompensa.

En la Península Ibérica, a los vastos territorios de los tiempos fundacionales vinieron a sumarse buena parte de los bienes de la extinta Orden del Temple, mientras otro lote fue a parar a la recién creada Montesa. Los estudios monográficos de Encomiendas y áreas concretas, como los Prioratos de Consuegra en el campo manchego de San Juan y el de Navarra, la Bailía de Caspe o la Castellanía de Amposta, nos demuestran la vitalidad económica de las tierras sanjuanistas, objeto de aprovechamientos agropecuarios y de fiscalización decimal y privativa.
Lo mismo sucedía en Italia, donde las Encomiendas ascendían a doscientas, y eran propietarias de casas, iglesias, beneficios y rentas. En la intención de los fundadores, las Encomiendas debían procurar a los caballeros que habían cumplido el período de residencia en Malta un justo y honesto mantenimiento, por lo que tan sólo debían remitir una pequeña parte de sus beneficios al Tesoro Común de la Orden para socorrer a los caballeros ancianos e impedidos y destinar otra al culto de su territorio. Pero en la realidad, los Comendadores eran absentistas, disfrutaban la totalidad de las rentas de manera indiscriminada y cedían bienes a personajes con los que establecían relaciones clientelares, a veces pertenecientes a su parentela. Los catastros que se confeccionaban cada 25 años nos hablan de numerosos abusos, de usurpaciones de tierras por potentados y de iglesias arruinadas, así como del efecto del nepotismo pontificio y principesco sobre las Encomiendas más rentables y de la utilización de otras como trampolín para alcanzar alguna dignidad.

Los patrimonios más ricos estaban, pues, en manos de caballeros procedentes de las familias nobles más importantes, al menos en los casos italiano y castellano, lo que les ofrecía la posibilidad de entrar a formar parte de los órganos de gobierno central de la Orden y conformaba una auténtica república aristocrática con el Gran Maestre a la cabeza.

La "nacionalización" de las lenguas

Con el declinar del Imperio otomano en el siglo XVIII, las hazañas bélicas de los malteses habían venido a menos, y el espíritu de cruzada resultaba anacrónico. La Orden se irá transformando en un grupo de caballeros que ya no se distinguían por guerrear contra el infiel, sino por ostentar la "nobleza generosa" y ser portadores de una civilización que, como la aristocrática, había sido común a la Europa católica de la Modernidad. Por este motivo, las pruebas de admisión en la Orden fueron siempre muy restrictivas, teniéndose en cuenta no sólo la nobleza de la familia del pretendiente, sino también la de su ciudad de origen. En los Prioratos italianos no fue posible acoger a caballeros provenientes de ciudades enfeudadas o en las que los cargos públicos fuesen ejercidos por nobles en connivencia con elementos provenientes del popolo. La Orden era un punto de encuentro para el estamento eclesiástico. De ahí que el período de las Reformas y del Despotismo Ilustrado significase un irreversible momento de crisis.
La lengua de Castilla y León poco a poco pasó a ser una posesión más de la Casa Real. En pleno reformismo dieciochesco, Carlos III constituye con los bienes y las rentas de la Orden de Malta un mayorazgo en favor de su hijo el infante Gabriel. Y Carlos IV culmina la faena con la incorporación a la Corona en 1802 de la Asamblea de España.

Y es que en el Siglo de las Luces se estaban produciendo grandes cambios en el pensamiento y en el análisis de la realidad, abriéndose paso la idea de que la verdadera nobleza se adquiría al servicio del soberano, y que, por tanto, no dependía tanto del origen de una familia como de la benignidad del príncipe, que de este modo recompensaba a sus fieles servidores. Del mismo modo, se cuestiona el modo de gestionar la propiedad por parte de los caballeros comendadores, que provocaba incalculables daños a la colectividad. La polémica sobre las "manos muertas" eclesiásticas golpea también a la Orden de Malta. Las convulsiones de la Revolución Francesa ponen en tela de juicio la visión de una sociedad fundada en las distinciones estamentales.

Cuando Napoleón conquista Malta en 1798 y empuja a los sanjuanistas a una nueva diáspora, después de una residencia de 250 años, no hace más que acelerar la crisis de una institución tan representativa de la Europa del Antiguo Régimen como la Orden hospitalaria. Las distintas naciones de San Juan se independizan. El Congreso de Viena refrenda el sacrificio del "halcón maltés" a manos de los nuevos ocupantes ingleses. 

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