De las historias de las Órdenes a las Órdenes en la Historia: historias generales  de España durante la Edad Moderna publicadas en los últimos cien años y Órdenes Militares.

 

Francisco Fernández Izquierdo
Insituto de Historia, CSIC, Madrid

© Seminario Internacional para el estudio
de las Órdenes Militares. 2002


NOTA: El texto que sigue ha sido editado con el mismo título en LÓPEZ SALAZAR PÉREZ, Jerónimo(coord.): Las Ordenes Militares en la Península Ibérica. Vol. II: Edad Moderna, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2000, págs. 1181-1235. ISBN.: 84-8427-020-3.

 

0. Introducción

1. Antecedentes

2. Nueva historiografía de las Órdenes Militares: el acceso a los archivos desde el siglo XIX

3. Las Órdenes Militares como tema en las historias generales de España en la Edad Moderna: nociones básicas (1900-1960)

4. La renovación en los estudios sobre las Órdenes (1960-1980)

5. Los años 80 y 90:  aparición de estudios sistemáticos y monografías

6. Conclusiones

 

 

0. Introducción

La valoración actual de la producción científica se apoya en los denominados “índices de impacto”, que se elaboran básicamente a partir del análisis de las referencias citadas en las publicaciones especializadas y recogidas posteriormente en revistas como Science Citation Index o Art & Humanities Citation Index. Mediante dichos índices se pretende averiguar qué repercusión tienen los artículos y las monografías en otros trabajos publicados posteriormente. Si dejamos aparte la aplicación de tales índices a la concesión de “sexenios” o como criterios selectivos en evaluaciones personales -con la consecuencia de que los autores incluyen  materiales en las referencias de sus trabajos pensando a veces más en los índices de impacto que en la oportunidad  de las citas-, con las necesarias correcciones, este método de análisis resulta válido para acercarnos al estudio de la producción historiográfica. El procedimiento previo al análisis consiste en rastrear de manera masiva las referencias que aparecen en publicaciones periódicas, monografías, actas de congresos, etc. e introducirlas en ficheros informatizados. Mientras esta labor se viene realizando hace años en disciplinas científicas ajenas a las humanísticas, en nuestro campo, la Historia, por razones que ahora no es momento de detallar, carecemos de tales bases de datos sobre  impacto de la producción científica. Con esta situación de partida resultaba imposible abordar el análisis que me hubiera gustado plantear sobre historiografía relativa a Órdenes Militares en España durante la Edad Moderna, como respuesta a la amable solicitud de elaborar  la presente ponencia por petición de mi maestro y amigo el Dr. D. Jerónimo López-Salazar. Los historiadores debemos, pues, insistir en que  las bases de datos bibliográficas incluyan no sólo las fichas de los trabajos publicados, sino que se amplíen con las referencias citadas. Su confección, laboriosa,  sería de gran utilidad para todos los profesionales, además de que se proporcionaría empleo a muchos licenciados que hoy no lo tienen. En segundo lugar,  quiero anunciar la inmediata publicación de un repertorio internacional  actualizado sobre bibliografía de las Órdenes Militares y centrada en la Edad Moderna relativa a Italia, Portugal y España. Dicho repertorio se comenzó a elaborar en 1992  y actualmente cuenta con más de 4.000 referencias  seleccionadas, y remito a su consulta para quien desee conocer ampliamente la producción especializada en el tema que nos ocupa1. Es por ello que la orientación de esta exposición no se ocupará de adelantar el contenido del repertorio, sino a seguir el “impacto” de las Órdenes Militares como tema en los estudios generales de historia de España en los tiempos modernos publicada en los últimos cien años. De ahí el título elegido, que aunque parezca un tanto farragoso se refiere al punto de vista que deseo adoptar al analizar la producción historiográfica. Y aunque, brevemente, debe explicarse en qué consiste la primera parte del título, esto es las denominadas historias de las Órdenes.

 

1. Antecedentes.

Desde el siglo XVI, hasta el siglo XIX los historiadores que se ocuparon de estas instituciones escribieron trabajos que no son sino crónicas más o menos afortunadas, que se ocupan preferentemente de narrar  los acontecimientos en que se vieron envueltas las Órdenes Militares desde su fundación. Parangonando la forma del relato adoptada por los cronistas regios, que centraban su trabajo en la biografía y hechos de los monarcas, los de las Órdenes estructuraron sus crónicas en apartados correspondientes a las vidas de los maestres, cabezas de las Órdenes. Esta forma de historiar tiene su principal exponente en frey Franciso de Rades y Andrada, cuya Chronica de las tres ordenes y cavallerias de Sanctiago, Calatraua y Alcantara2, supuso la principal fuente de todos los tratadistas que se ocuparon de las Órdenes Militares en los siglos posteriores. El propio Rades, partícipe de la concepción renacentista de la Historia, consultó documentación original conservada en los archivos de las respectivas Órdenes, asumió funciones administrativas en Calatrava, orden a la que pertenecía como freile clérigo, dirigió la confección de sus Definiciones editadas en 1576 tras el capítulo general celebrado en 15733, así como en las de Montesa editadas en 15894. Conviene indicar que las numerosas ediciones de las reglas y definiciones de Santiago, Calatrava y Alcántara publicadas a lo largo del siglo XVI iban precedidas de una crónica de la orden respectiva, así como de copias de los documentos más relevantes, especialmente donaciones,  privilegios y bulas5. Pero la mirada de estos tratados se orientaba fundamentalmente a la época medieval, la verdadera edad de oro de las Órdenes militares, fenecida tras las incorporación de los maestrazgos a la corona de Castilla desde finales del siglo XV.

 

Durante el siglo XVII los cronistas de las Órdenes prosiguen la exposición lineal de los sucesos en que estas instituciones tuvieron protagonismo, especialmente los hechos de armas acaecidos en la expansión de los reinos cristianos hacia el Sur peninsular durante la baja Edad Media, añadiendo en algún caso la singular intervención de caballeros de hábito en el dilatado abanico de guerras y conquistas en las que se involucró la monarquía hispánica en los siglo XVI y XVII. Podemos citar en esta línea a Caro de Torres y Pizarro de Orellana6, Pineda7, Mascareñas8 o Zapater9, que representan lo que podría denominarse la historia oficial de las Órdenes Militares, empeñada en ensalzar su carácter castrense y honorífico. En un punto opuesto se encuentran algunos arbitristas como Murcia de la Llana o F. Benito de Peñalosa10, partidarios de reformas para devolver su finalidad original a las Órdenes, que defendieron opiniones contrarias a la estima de la limpieza de sangre como filtro social que se investigaba especialmente en los aspirantes a hábitos de las Órdenes. En esta línea, alejada de las glorias medievales,  otros autores se ocuparon de la realidad de los caballeros militares en los tiempos modernos, como el jesuita Andrés Mendo, quien diserta en la segunda mitad del siglo sobre el derecho canónico en que se sustentaban estas instituciones11, análisis continuado por Francos Valdés en la centuria siguiente12.

 

El siglo XVIII  presenta una continuidad en la forma narrativa de las historias de las Órdenes, añadiendo la erudición propia de la época, que se hace patente en las ediciones de los Bularios que se publican a lo largo de la centuria13. Autores como Salazar y Castro14, Manrique de Lara15, Chaves16, Cruz Aguirre 17y Jovellanos.18 abordaron la historia y situación de las Órdenes tomando datos relativos a los derechos patrimoniales y privilegios que asistían a cada orden y a sus miembros, en una época en la que la sociedad del Antiguo Régimen y el propio Estado en su evolución chocan cada vez más con las raíces feudales de las Órdenes.

 

Pero no será hasta el siglo XIX cuando la disolución de los señoríos y la desamortización del patrimonio eclesiástico privó a las Órdenes Militares de su capacidad económica y las limitó a corporaciones nobiliarias de carácter honorífico. Entre otros autores podemos leer a Guillamas19, Álvarez de Araujo20, Fernández Llamazares21 y a J. Gil Dorregaray, que coordinó una gran obra histórica sobre las Órdenes22. Muchos de estos autores, vinculados a las Órdenes como caballeros o funcionarios de su Consejo, cierran la historia oficial de estas corporaciones, y llegamos al período en cuyo análisis nos vamos a detener, esto es, los últimos cien años.

 

2.- Nueva historiografía de las Órdenes Militares: el acceso a los archivos desde el siglo XIX

El principal cambio que se observa es el abandono de las historias de las Órdenes Militares al modo tradicional, puesto que no hay derechos que defender o apologías en que apoyar el honor de los caballeros cruzados, salvo si exceptuamos algún anacronismo salido de la pluma de genealogistas. Por otro lado, la mayoría de los autores que las investigan carecen  de vinculación personal con las instituciones que estudian y lo hacen como historiadores profesionales que observan a las Órdenes y a sus caballeros en un contexto general.

 

El primer paso en esta dirección se deriva de los procesos desamortizadores que motivaron, entre otras consecuencias, la creación del Archivo Histórico Nacional  en 186623y la centralización de los documentos de las instituciones afectadas, entre ellas los papeles que manejaba el Consejo de Órdenes, así como el envío de otros a las delegaciones provinciales de Hacienda y posteriormente a los archivos históricos provinciales. Ello supuso que los investigadores tendrían ahora un fácil acceso a su consulta, y los responsables del Archivo Histórico Nacional se ocuparon de poner en marcha la confección de instrumentos de descripción de los fondos de Órdenes Militares. Dos series marcaron atención preferente, en primer lugar los documentos medievales, especialmente los redactados sobre pergaminos, que por su antigüedad interesaba conocer24. El segundo bloque de documentos objeto del interés de los archiveros lo constituían los expedientes de ingreso de caballeros, que eran consultados con frecuencia al tener vigencia las Órdenes debido  que el rey continuaba otorgando hábitos. Por ello se publicaron hace ya casi un siglo los catálogos  de los expedientes conservados, poniendo al día las viejas relaciones procedentes de los respectivos conventos en que se guardaban las pruebas de cada orden25 hasta su traslado al A.H.N. Ahora bien, dejando aparte la documentación medieval, de la que se han publicado catálogos posteriormente26, existen pocas ediciones descriptivas de los fondos de época moderna aparte de las dedicadas a los expedientes personales, si tenemos en cuenta la riqueza de fondos de la Sección, que sólo en el denominado “Archivo de Toledo”, que conserva principalmente los procesos judiciales, supera los 200.000 legajos. Hasta el presente se ha publicado una somera Guía  de la Sección de Órdenes Militares27, y la mayoría de los catálogos editados se refieren a las investigaciones efectuadas a quienes ingresaron en calidad de caballeros, religiosos y monjas, o esposas de caballeros28, seguidos de algunos estudios pormenorizados29. Durante los últimos años se han efectuado campañas sistemáticas de revisión de los fondos modernos, y en el inmediato futuro se prevé un importante avance en la descripción de las series peor conocidas, gracias a la labor de la actual responsable de la Sección, Dª María Jesús Álvarez-Coca .

 

Como queda expuesto, desde hace un siglo los historiadores cuentan con un acceso cada vez más fácil a la documentación para su consulta. Veamos cómo se ha reflejado tal esfuerzo en la historiografía que se ocupa de la Edad Moderna.

 

3. Las Órdenes Militares como tema en las historias generales de España en la Edad Moderna: nociones básicas (1900-1960)

 

Las Órdenes Militares en su etapa medieval no han sido discutidas como objeto de estudio, pues el ideal de cruzada unido al espíritu caballeresco  convirtió a los freiles en personajes que despertaban la nostalgia y el romanticismo. Desde fines del XIX contamos con múltiples trabajos que se han servido tanto de la documentación de las propias Órdenes como de otras fuentes, como son las literarias, para la elaboración de monografías, como de obras generales30. La etapa posterior que transcurre a lo largo de los siglos modernos dista mucho de haber suscitado en igual medida el interés de los historiadores. Durante muchos años los estereotipos y el desconocimiento en general han sido moneda común en las opiniones que sobre las Órdenes Militares se han escrito en manuales y compendios. Ello es debido a la carencia hasta hace muy pocos años de investigaciones de base que se acercaran a la realidad de los caballeros de hábito y a las instituciones que les amparaban. La evolución de la historiografía a partir de los primeros decenios del siglo XX, preocupada en un análsis de las estructuras sociales y económicas, tendrá su reflejo en el tratamiento del tema que nos ocupa, pero en un primer momento las historias generales apenas hacían referencias a las Órdenes Militares durante la Edad Moderna. Conviene añadir que las obras consultadas en este repaso tienen distinto tamaño y orientación, en ocasiones impuestos por criterios más editoriales que científicos, por lo cual el espacio que los autores  dedican cuando se refieren a las Órdenes sufre notables variaciones entre unas y otras publicaciones. No obstante, podemos observar cómo las abordaron y qué aspectos concretos consideraron reseñables, algunos de los cuales se repiten de unos a otros trabajos, y otros se omiten. Nuestra revisión tiene como punto de partida el momento de la incorporación de los maestrazgos de las tres órdenes de Calatrava, Santiago y Alcántara a la corona, para seguir con la significación de los hábitos en la Edad Moderna, aunque la longevidad de las Órdenes haga remitirse a no pocos historiadores a recordar su esplendor en la época medieval.

 

La primera que observamos se encuentra entre las grandes historias de España: la de Rafael Altamira y Crevea31, uno de los principales investigadores encuadrado en  las corrientes positivistas que suponían la vanguardia de la historiografía en las décadas finales del XIX y los primeros años de nuestro siglo, y vinculado a la Institución Libre de Enseñanza32. En nuestro caso es especialmente importante su opinión, pues será la recogida por la historiografía posterior durante casi cinco décadas. Altamira dedica un apartado a los “Caballeros de las Órdenes Militares” en el tomo en que se ocupa de la baja Edad Media, indicando:

 

            “Adquirieron dentro de la nobleza notable importancia en este tiempo los caballeros de las Órdenes Militares, por las grandes riquezas que éstas llegaron a juntar y el poderío de quienes las representaban.

            La dirección de ellas (maestrazgos, clavería) solía recaer en nobles de alta alcurnia y aun en personas de la familia real, que unían así dos prestigios formidables: el de la nobleza y el de la Orden. Los caballeros del Temple, de Calatrava, etc., pueden considerarse como uno de los grados sociales superiores dentro de la jerarquía aristocrática de aquellos tiempos, y a este título jugaron gran papel en la historia; pero esa misma preponderancia fue la causa de su ruina, que empezó naturalmente, por la Orden más poderosa, la de los Templarios, la cual llegó a tener doce conventos en Castilla”

 

Sigue el relato con la caída del Temple, y concluye este apartado explicando el decaimiento progresivo del poder de las Órdenes al cesar la guerra permanente contra los musulmanes y relajarse su espíritu fundacional,

 

“siendo frecuentes los disturbios, cismas y banderías entre su miembros, así como las cuestiones jurisdiccionales con los obispos”33.

 

Más adelante, ocupándose ya del reinado de los Reyes Católicos, al explicar la intervención regia sobre el poder de la nobleza castellana, sin embargo, no habla de la incorporación de los maestrazgos34, aunque se alude a la creación del Consejo de las Órdenes Militares junto a otros que como el de la Suprema Inquisición y el de Indias tienen su nacimiento en los años finales del siglo XV.35 Refiriéndose a los cambios producidos en la organización del ejército real, menciona cómo en la conquista de Granada intervinieron los caballeros de las Órdenes Militares, que eran elementos de las tradicionales tropas castellanas, pero que serían sustituidas por los nuevos conceptos de la guerra y de la milicia desde principios del siglo XVI36.

 

Entrando de lleno en el período que nos ocupa, Altamira expuso su visión de la estructura social de la España en tiempos de los Austrias, y en el apartado “La jerarquía nobiliaria y el afán de nobleza” habla de los grandes y títulos, caballeros e hidalgos como niveles descendentes de la condición aristocrática, y se refiere de esta manera al tema de nuestro interés:

 

            “Felipe III prohibió la existencia de Órdenes Militares extranjeras (excepto la de San Juan) y aun de simples titulados de ellas en súbditos del rey de España, no siendo con licencia de éste; y de un modo definitivo y perpetuo, Carlos I incorporó a la Corona, en 1523 (por bula de Adriano VI), las Órdenes Militares de España, reducidas a cuatro: Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa. En cambio, trajo aquel rey a España la Orden honorífica del Toisón de Oro, originaria de la Casa de Borgoña, y cuyos titulares había extendido Carlos en 1516 al número de 51. En 1519, el rey celebró en Barcelona la fiesta del Toisón, concediéndolo a cinco nobles castellanos, uno aragonés y otro de Nápoles”37

 

La breve redacción de este párrafo presume una valoración superior de la orden del Toisón como corporación honorífica respecto a la que conferían las tradicionales Órdenes Militares, pero se olvida el patrimonio y los dominios territoriales de las últimas, que las caracteriza en una situación muy distinta al Toisón. Más adelante, en la relación de los que integraban el sistema polisinodial Altamira sintetiza la función del Consejo de Órdenes

 

“que regularizó Carlos I limitando su jurisdicción en provecho de la real y que principalmente se refería al fuero de justicia”,

 

esto es, en los asuntos que afectaban a las personas aforadas por su condición de miembros de las Órdenes38, y se incluyen éstas entre las jurisdicciones excepcionales39. No obstante el sometimiento a la autoridad regia se verificaba en que el Consejo Real de Castilla realizaba los nombramientos de las personas idóneas para ocupar puestos en la administración territorial, como corregidores, adelantados y “maestrazgos de Órdenes Militares”40.

 

Altamira también se ocupó del papel militar de las Órdenes, cuando explica que la nobleza abandonó progresivamente su inserción en el ejército, desdeñando la tradicional formación militar que los hijos de los aristócratas de mayor rango habían frecuentado en los siglos precedentes. Entre los exponentes de esta tendencia se comenta que los grandes y títulos preferían antes costear tropas que participar personalmente en las acciones de guerra, situación que se produjo cuando se recabó ayuda de la nobleza para sofocar la rebelión de Cataluña, y de la que no se exceptuaron los caballeros de las Órdenes Militares, a cuyo cargo sesufragó la leva de 500 hombres hidalgos de caballería, en lugar de acudir los titulares de los hábitos. También recuerda que las ordenanzas militares de 1633 exigían a los caballeros que ingresaran en una Orden Militar la obligación de permanecer seis meses de servicio en las galeras reales41.

 

Sin emplear calificativos, Altamira puso la evidencia de la pérdida de los valores originales de las Órdenes en su papel de servicio militar convirtiéndose en meros signos de ostentación nobiliaria. Cuando analiza los “Los privilegios nobiliarios y los derechos señoriales” en el siglo XVIII, se equipara a las Órdenes Militares con las de nueva creación, como la de Carlos III, con 60 cruces y 200 caballeros, cuyo número aumentó poco después de fundarse y que era menos gravosa que las Órdenes Militares en los gastos necesarios para ingresar, o la de Damas nobles de María Luisa, fundada por Carlos IV. Asimismo observa la organización de maestranzas de caballería entre 1730 y 1755 en ciudades como Sevilla, Granada, Ronda, Valencia y Zaragoza,

 

 “especie de hermandades de nobles que remedaban a las cuatro Órdenes Militares (con la de San Juan, incorporada a la Corona en 1802, cinco). A estas y a las maestranzas les reconocieron Felipe V y sus sucesores fuero privativo en lo criminal, que se extendía para los maestrantes, a sus mujeres y a uno de sus criados”42.

 

La opinión de Altamira, como acabamos de ver, se centró en la vinculación del tema historiográfico de las Órdenes con la nobleza, y este sería uno de los enfoques más repetidos durante bastantes años en el tratamiento que otros historiadores dieron al asunto.

 

En aquellas primeras décadas del siglo primaba peso de la historia política, frente al innovador análisis social que apuntaba Altamira. Por esta razón otros autores se fijaron más en el proceso de incorporación de los maestrazgos, inserto en las medidas adoptadas por los Reyes Católicos para prevalecer sobre la nobleza y reforzar el poder monárquico. Antonio Ballesteros Beretta, en su Historia de España y su influencia en la Historia Universal, que vio aparecer su primera edición en 1922, recorriendo el reinado de los Reyes Católicos, en el apartado “Los Reyes y la nobleza” relata la denominada concordia de Uclés, episodio ocurrido en 1476 tras la muerte de D. Rodrigo Manrique, conde de Paredes y maestre de Santiago. La intervención de Isabel la Católica obtuvo que los treces y comendadores de la orden, reunidos en Uclés para nombrar sucesor, consintieran en conceder la administración del maestrazgo a la corona de Castilla, en la persona del rey Fernando. No obstante, poco después los Reyes Católicos otorgaron el maestrazgo de Santiago a D. Alonso de Cárdenas por su lealtad, y sólo tras su muerte en 1493 se verificaría el ejercicio regio de la potestad maestral. Ballesteros concluye el relato con la siguiente aseveración:

 

            “De esta manera los Reyes Católicos, recabando para el monarca el primer puesto de las órdenes militares, consiguieron cegar una fuente de discordias que pudiera acarrear funestas consecuencias”43.

 

Sin embargo, en esta obra no encontramos el relato de los pasos efectivos de la incorporación, ocurridos años más tarde. En el escaso espacio que en esta historia se dedica a la sociedad y a la nobleza en tiempo de los Reyes Católicos las Órdenes Militares no tuvieron mención reseñable, ni tampoco en el tomo dedicado a los siglos XVI y XVII44.

 

Afinales de la década de los 20 aparece la traducción al español de Cultura y costumbres del pueblo español en los siglos XVI y XVII. Introducción al estudio del Siglo de Oro45, de Luwdig Pfandl, obra muy sugerente y bien conocida por los modernistas posteriores. En su recorrido, este autor se ocupa de los consejos, y refiriéndose al de Órdenes indica que en él se veían los asuntos de Santiago, Alcántara y Calatrava “las cuales gozaban de singulares y extraordinarios privilegios de toda índole”46. La información se amplía al referirse a la jerarquía nobiliaria, en los siguientes términos:

 

            “A los Grandes seguían en rango y posición social los caballeros que eran miembros de las cuatro órdenes militares de Alcántara, de Calatrava, de Santiago y Montesa; organizaciones guerreras religioso-civiles, ncaidas en los siglos de la Reconquista, que estaban en posesión de señalados privilegios y singulares mercedes en su administración y gobierno interior, lo cual hacíanles fuertes y temibles por sus riquezas y por el número de afiliados.

             No se adquiría el título de caballero por nacimiento o herencia, sino sólo por nombramiento o espaldarazo

Dixo el Rey agradecido:

A esse talle y a esse braço

Os doy, porque podays serlo

Un Habito de Santiago

Con diez mill escudos luego

De renta, y en mi Palacio

El oficio que quisiereys

Pasajes como éste abundan en las comedias españolas y dan una idea de lo esencial que es el conocimiento de estos detalles y costumbres sociales, para una compresión aproximada y exacta de la bella literatura. Recordemos además que Don Pedro Calderón de la Barca, uno de los más excelsos entre todos los dramaturgos españoles, fue nombrado por el Rey, a los treinta y seis años de edad, Caballero de la Orden de Santiago; o al gran satírico Don Francisco de Quevedo, al escriturario Arias Montano, a los dramaturgos Guillén de Castro y Juan de la Hoz y Mota, al bibliófilo Nicolás Antonio, al político y moralista Diego Saavedra Fajardo, al arquitecto Juan de Herrera y al pintor de palacio Diego Velázquez, todos los cuales llevaron el mismo título de Caballeros; lo cual prueba que hasta para comprender y valuar con exactitud la parte puramente biográfica de la historia de la literatura española, se requiere un conocimiento ceñido y detallado de estos antiguos usos y costumbres de la vida de España.47

 

Pfandl menciona más adelante una de las características más importantes que adquirieron los hábitos militares: la exigencia de limpieza de sangre para acceder a la condición de caballero, al igual que se obligaría a los aspirantes a ingresar en los colegios mayores de las universidades o disfrutar de cargos en el cabildo catedralicio de Toledo, y como emulación se extendió a otras muchas corporaciones. Recoge las críticas a esta práctica, que encabezaba la difundida obra Tizón de España, donde se intentaba demostrar que no había casa nobiliaria de importancia que no hubiera tenido relación con conversos o sus sucesores48.

 

Pocos años después, en 1934, inició su publicación la Historia de España del Instituto Gallach, coordinada por Luis Pericot García, siendo un texto dominado por los hechos políticos y bélicos. Hablando del reinado de los Reyes Católicos, en el apartado “Grandes reformas administrativas”, se menciona la incorporación de las maestrazgos de las tres Órdenes Militares a la Corona. El proceso se inicia en 1487, cuando mediante una bula de Inocencio VIII pasó la administración de Calatrava a los monarcas, tras morir D. Garci López de Padilla, su último maestre. Continúa con la de Santigo en 1493, gracias a la bula concedida por Alejandro VI, tras fallecer D. Alfonso de Cárdenas, maestre de Santiago, y finaliza en 1494 al renunciar D. Juan de Zúñiga, maestre de Alcántara y otorgársele el arzobispado de Sevilla. Se añade que con Carlos V se logró la incorporación a perpetuidad de los maestrazgos49, pero no se incluye información relativa al papel social de los caballeros en aquellos momentos50. Cuando nos acercamos al tomo dedicado a los siglos XVI y XVII 51, observamos que se concede una extensión muy grande a los acontecimientos políticos respecto al análisis social o económico. Es por ello por lo que en el apartado dedicado a la población y sociedad, el tema de “La nobleza” se despacha en un par de páginas, sin referencia alguna a las Órdenes Militares52. La única mención es la relativa al Consejo de Órdenes,  del que se dice:

 

            “El de las Órdenes Militares, fundación asimismo de Fernando e Isabel, se mantuvo dentro de sus estrechos límites jurisdiccionales, y, por lo restringido de éstos, no fue sino una institución de secundaria importancia.”53

 

Tras la Guerra Civil española observamos cómo vuelven a tener vigencia las corrientes más tradicionales de la historiografía, en las que primaban los acontecimientos políticos sobre el análisis económico o social. En el muchas veces reeditado Manual de Historia de España, Pedro Aguado Bleye54no habla de las Órdenes Militares al referirse al reinado de los Reyes Católicos ni en el apartado dedicado a “Clases sociales. Nobles y plebeyos”, ni en el de “Reformas políticas. La monarquía y los Consejos” 55. Prefiere hacerlo más adelante, en un apartado denominado específicamente “Las órdenes militares. Los conventos de África” donde comenta la trayectoria bajomedieval de las Órdenes Militares y sus enfrentamientos contra la monarquía que llevaron a la incorporación de los maestrazgos. Se detiene con cierto detalle en la propuesta de Fernando el Católico de establecer conventos defendidos por caballeros cruzados en Orán, Bujía y Trípoli, asunto discutido en el capítulo general de Santiago celebrado en Valladolid en octubre-noviembre de 1506. El proyecto no pudo llevarse a efecto por los acontecimientos inmediatamente posteriores ocurridos en Italia. La principal fuente empleada para documentar este episodio son los Anales y la Historia del rey Don Hernando de Jerónimo Zurita56. Más adelante, ocupándose de la “Población y organización social”, en el apartado “Clases sociales. La nobleza”, afirma:

 

            “La nobleza inferior estaba constituida por los caballeros e hidalgos. Incorporados definitivamente a la Corona (1523) los maestrazgos de las órdenes militares, pierden éstas su antigua importancia. El emperador trajo a España una orden originaria de Borgoña, y puramente honorífica: la del Toisón de Oro.”57

 

La visión sobre nuestro tema se cierra con una mención indicativa que el presidente del Consejo de Castilla lo era también de las Cortes y del Consejo de Órdenes58.

 

En el decenio siguiente, F. Soldevila aumentó en su Historia de España59 las informaciones que sobre las Órdenes Militares que se venían recogiendo en las anteriores  obras generales. Tratando del reinado de los Reyes Católicos, menciona la incorporación de los maestrazgos que acabó con una “fuente principal de los desórdenes en los reinados precedentes”, así como la creación del Consejo de Órdenes en 1495-9660. Se ilustra el texto con  un grabado que representa el castillo de Montesa tal como se encontraba en 1811, con el siguiente pie:

 

            “Los Reyes Católicos, al incorporar a la Corona los grandes Maestrazgos de las Órdenes Militares, dieron a éstas un golpe de muerte, del que ya no se levantarían; sus castillos empezaron a caer en ruinas por el abandono, cuando no fueron derribados como tantos otros castillos feudales”

 

Pese a citar un trabajo de investigación reciente, el empleo del castillo de Montesa, orden incorporada en 1592, un siglo más tarde de los hechos relatados, y la afirmación sobre el “golpe de muerte” a unas instituciones cuya existencia jurídica perduraría hasta la 2ª República Española, demuestra, como poco, desconocimiento del tema. Más adelante, al ocuparse de la Casa de Austria, F. Soldevila aporta otras breves noticias, como la mención del Consejo de Órdenes diciendo que en los territorios que dependían de su jurisdicción no la tenían las audiencias61, o los galanteos de que eran objeto algunas monjas de los conventos madrileños, entre ellos los de las Comendadoras de Santiago y las Calatravas, según apuntaba Madame D´Aulnoy en su conocido relato sobre España62. Soldevila, como ya hizo Altamira, incluye a los caballeros de las Órdenes Militares al referirse a la nobleza, pues los sitúa en un rango menos elevado que los grandes y títulos. Siguiendo a Pfandl, añade que los hábitos se daban como premio del rey a servicios o méritos, y que entre los caballeros hubo literatos como Calderón de la Barca, Guillén de Castro, Nicolás Antonio, Saavedra Fajardo o artistas como el arquitecto Juan de Herrera y el pintor Diego de Silva Velázquez63. No olvida, hablando de la limpieza de sangre, su exigencia para acceder a los hábitos militares, y recoge la opinión crítica contra los estatutos de limpieza representada por el Tizón de España64. En esta obra, como en muchas de las historias generales que se editan sin penuria de medios, hay numerosas ilustraciones relacionadas con las Órdenes Militares y a sus caballeros, aunque no se hacen referencias directas a ellas en los textos. Merece la pena destacar el retrato de Farinelli, premiado por sus dotes musicales, donde aparece con el manto blanco de Calatrava, obtenido gracias a la intervención de Fernando VI65.

 

La Historia social y económica de España y América dirigida por Jaime Vicens Vives, comenzó su publicación en 1957, poco después de la de Soldevila, y es tributaria de la renovación historiográfica iniciada en los años treinta por la denominada escuela de Annales. Los autores que participaron en su redacción dieron un notable empuje al análisis de la realidad social, dejando aparte los hechos políticos que habían dominado en las anteriores historias generales. Sin embargo, en el asunto que nos ocupa la principal novedad observada es la vuelta a un encuadre social de las Órdenes en la línea de Altamira. Santiago Sobrequés Vidal, autor del apartado dedicado a la baja Edad Media y al reinado de los Reyes Católicos no hace referencia a la incorporación de los maestrazgos a la corona, sino que las alusiones a las Órdenes Militares tienen que ver con el paso por ellas de personajes pertenecientes a la pequeña nobleza (caballeros, gentileshombres, hijosdalgos), o al patriciado urbano66.  Juan Reglá, coautor del volumen III Los Austrias. Imperio español en América, en el apartado “La aristocracia y el país”, tras un discurso criticando el ansia de nobleza que padecía toda la sociedad y lo negativo que fue para el desarrollo español, señala el enfrentamiento constante entre la monarquía deseosa de fortalecer el Estado y los aristócratas aferrados a sus señoríos.

 

            “Por este camino, Carlos V incorporó a la Corona en 1523 -bula de Adriano VI- las Ordenes militares españolas, reducidas a cuatro: Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa. En cambio, no tuvo inconveniente en halagar la vanidad de los grandes señores otorgándoles el ingreso en la Orden -puramente honorífica- del Toisón de Oro, originaria de la Casa de Borgoña. Felipe III prohibió la existencia de Ordenes militares extranjeras -excepto la de San Juan- e incluso de simples titulados de ellas sin especial concesión de la Corona67

 

Volviendo a tratar de la nobleza, con referencias al siglo XVII, Reglá vuelve a criticar el negativo papel que desempeñó, e incluye entre otros testimonios la amenaza que dictó Felipe IV de multar con 2.000 ducados a los caballeros de Órdenes que no acudieran en 1643 al llamamiento de auxilio para la campaña de Cataluña, ante el flagrante incumplimiento de obligaciones que eran inexcusables en razón de vestir hábitos militares68. Más adelante, y repitiendo a Pfandl, se refiere a los caballeros de hábito como producto de “nombramiento o espaldarazo”, no por nacimiento, y añade que gran número de intelectuales de la época, como Calderón, Quevedo, Velázquez y Saavedra Fajardo vistieron hábitos69.

 

En el volumen IV, dedicado a los Borbones, a cargo de J. Mercader y Antonio Domínguez Ortiz, se afirma que no era fácil el acceso de la nobleza provinciana en las Órdenes Militares superiores, tanto antiguas (las cuatro tradicionales y el Toisón) como las modernas (Carlos III, Santo Enero, Orden Real de las Damas Nobles de María Luisa),  y por ello se prodigaron las maestranzas de caballería en ciudades como Sevilla, Valencia, Ronda, Zaragoza o Granada.70También se incluye un mapa de las posesiones de la orden de San Juan en el principado de Cataluña, como exponente de bienes en manos muertas71. Aunque Domínguez Ortiz había publicado pocos años antes, en 1955, La sociedad española del siglo XVIII, y al disertar sobre la nobleza hacía mención a las Órdenes Militares, el papel de estas instituciones en el setecientos no merecía mayor atención al tratarlo en este manual72.

 

 

4. La renovación en los estudios sobre las Órdenes (1960-1980)

Antonio Domínguez Ortiz publicó en 1963 La sociedad española en el siglo XVII, obra señera en la que se recogen interesantes testimonios y documentación que actualizaron el acercamiento a la realidad social española del seiscientos. Esta monografía ha sido reeditada varias veces73 y respecto al estudio de las Órdenes Militares vino a renovar la visión mantenida hasta el momento. Se apoya, en primer término, en la bibliografía especializada sobre las Órdenes publicada en los siglos XVI y XVII, que por lo general era despreciada en obras generales, así como se incorporan documentos de época procedentes de archivos y bibliotecas. La primera novedad aportada es la definición de los hábitos militares como una categoría especial de nobleza, a la que accedían desde grandes y titulados hasta los integrantes de la clase media nobiliaria. Se pone en evidencia que para los varios millares de personas que integraban esta última categoría social, la obtención de un hábito como medio de ascenso en su cursus honorum fue objeto de obsesión en el que se empeñaban grandes sumas y esfuerzos, trayendo no pocos conflictos. Pero la historiografía no se había ocupado suficientemente del tema y la opinión de Domínguez no deja lugar a dudas:

 

            “Resulta increíble y casi escandaloso que un fenómeno de tan enormes dimensiones sociales no haya sido estudiado aún.” 74.

 

Su definición de las Órdenes en los tiempos modernos expresa muy ajustadamente el criterio que hoy se mantiene en este tema:

 

            Sin duda es la institución de las Órdenes Militares una de aquellas en las que mejor puede apreciarse la disociación entre un contenido vital (por lo tanto cambiante) y unas formas osificadas...”75

 

Para corroborar la afirmación recorre algunas de las obligaciones teóricas propias de los miembros de las Órdenes en el medievo, y la realidad de su ejercicio en la época moderna, cuando resultaba quimérico el cumplimiento de una regla pensada para monjes guerreros. Pasa seguidamente a evaluar el contenido de las encomiendas que podían ser disfrutadas por los caballeros de hábito, deteniéndose en la evolución de sus rentas a lo largo del tiempo, así como las diferencias de ingresos que producían unas y otras. Sin embargo, la concesión continuada de las más ricas a la alta nobleza significa que aspirar a los hábitos no tenía un componente económico inmediato. Su valor estaba en superar el proceso de las pruebas de ingreso, que con el paso del tiempo fueron siendo cada vez más rigurosas y prolijas. Consistentes en una investigación genealógica, tenían como objeto verificar la calidad nobiliaria y la limpieza de sangre de los pretendientes. Era frecuente que las investigaciones se detuvieran resolviendo dudas relativas a los orígenes de los futuros caballeros. La larga duración de las informaciones y los retrasos en aprobar las pruebas despertaron las críticas de quienes deseaban disfrutar del prestigio de los hábitos, frente a quienes buscaban el cierre de estas instituciones a los grupos que emergían hacia posiciones sociales de preeminencia. Domínguez Ortiz recorre la política seguida por Felipe III y especialmente por Felipe IV y el conde-duque, relativa a las concesiones masivas de hábitos, la venta de los mismos y la pérdida de prestigo que ello supuso. Pese al intento de devolver a su origen las mercedes de ingreso en las Órdenes tras el capítulo general de 1652, en el reinado de Carlos II continuaron las presiones para que se otorgaran en abundancia.76

 

El profesor Domínguez Ortiz, al objeto de sopesar el verdadero valor social de los hábitos, se ocupó de analizar cuáles eran las carencias de quienes no los obtuvieron. Estos eran los malhadados que por falta de calidad en el candidato o sus ancestros, pese a obtener la concesión regia, se encontraban con una reprobación de la merced,  es decir, que el Consejo rechazaba al postulante a la vista de los defectos puestos en evidencia por las informaciones. En no pocas ocasiones la infamia de la reprobación era sustituida por una detención o suspensión sine die del expediente de ingreso, al aparecer dificultades insalvables para superar las pruebas de acceso al hábito. La falta de limpieza de sangre, por ascendencia judía o conversa, era causa suficiente para la reprobación, mientras que otras condiciones exigidas en los estatutos de las Órdenes, como la  falta de hidalguía en algún antecesor, ilegitimidad o ascendencia de sangre sarracena, contaban con la posibilidad de obtener dipensas pontificias. Frente a lo que mantenían otros historiadores hasta entonces, respecto a que el ingreso en las Órdenes Militares era otorgado como premio regio a meritorios servicios a la corona, el profesor Domínguez puso en evidencia que ciertos hábitos otorgados a personas muy destacadas en la milicia, como el almirante don Francisco de Ribera, Julián Romero o el concedido al pintor Velázquez, superaron sus pruebas sólo gracias a la presión del propio monarca, ante los poderes fácticos del Consejo de Órdenes que deseaban impedir la confirmación de la merced. El acceso de los mercaderes y banqueros a los hábitos también se facilitó al introducirse una normativa que distinguía entre el grande y el pequeño comercio, rechazándose a los que ejercieran este último, por su condición de oficio manual. Pero el ennoblecimiento de la alta burguesía no ocurrió sin dificultades, pues se ofrecen diversos testimonios relativos incluso a la anulación de hábitos a quienes habían logrado vestirlos siendo mercaderes.77

 

En 1965 aparece la versión española de Imperial Spain78, manual de gran éxito del hispanista J.H. Elliott, en donde se sintetizaron ideas que vamos viendo expuestas hasta el momento. Este autor inicia su disertación con la concordia de Uclés en 1476, que facilitó a los Reyes Católicos posteriormente la incorporación a la corona del maestrazgo de la orden de Santiago, y que junto con las otras dos de Calatrava y Alcántara suponían un estado dentro del Estado que convenía someter. Cerrado el proceso de incorporación, se hizo definitivo mediante la bula obtenida por la corona en 1523. Coincidía en la opinión de Domínguez:

 

            “No existe todavía estudio alguno acerca de los recursos de las órdenes militares y del papel que desempeñaron en la historia española de los siglos XVI y XVII, pero difícilmente se sobrestimaría la importancia de su contribución a la consolidación del poder real.”79

 

Intentando valorarlas, reprodujo las cifras de Lucio Marineo Sículo sobre las rentas anuales de las tres Órdenes Militares castellanas, y que sus 183 encomiendas,  adjudicadas ahora por la corona, y sumadas a las mercedes de hábitos de caballeros supondrían medios para “hacer callar al impertinente y recompensar al que lo merecía”.  Apunta también Elliott la importancia de los ingresos que la corona pasó a obtener a partir de los maestrazgos de las Órdenes, derivados en gran medida de la explotación de ricas tierras de pasto, permitiendo junto a una mayor vinculación con la Mesta, un medio de desahogo de las necesidades de la real hacienda.80 Finalmente, alude a la vinculación entre el problema de la limpieza de sangre y los hábitos militares como medio para superar las dudas al respecto de la cristiandad vieja81. No son demasiadas noticias las ofrecidas por Elliott -no menciona al Consejo, por ejemplo-, pero en un breve manual como este eran suficientes para entender el papel de las Órdenes Militares en los siglos XVI y XVII.

 

Otro hispanista, John Lynch publicó también en ese mismo año de 1965 el primer volumen de Spain under the Hasburgs82, manual más extenso que el anterior, en el que aparecen noticias sueltas sobre la materia que nos ocupa, sin que se le dedique un apartado específico. La primera referencia que encontramos trata de la creación del Consejo de Órdenes en 1495 para administrar los maestrazgos tras su incorporación a la corona83entre las medidas de reforzamiento político de la monarquía frente a la nobleza que desarrollaron los Reyes Católicos, aunque la aristocracia permaneció disfrutando de la mayoría de sus privilegios y riquezas84. El Consejo de Órdenes es calificado como menor o especializado en el sistema polisinodial que se consolida a lo largo del siglo XVI85. Al referirse a los dominios de las grandes casas nobiliarias castellanas, señala entre otros señoríos los que habían mantenido las Órdenes86.

 

No olvida Lynch vincular el problema de la exigencia de limpieza de sangre con el ingreso a las Órdenes Militares, las administradas por la corona y la de San Juan87y se menciona el peso de los ingresos que la corona percibía de los maestrazgos de Santiago, Calatrava y Alcántara que fueron percibidos desde 1524 por los Fugger, en contrapartida a los préstamos otorgados a Carlos V88. En el volumen dedicado al siglo XVII, cuya publicación es de 1969, las referencias a las Órdenes Militares apenas existen, tan sólo es destacable el fallido llamamiento a los caballeros militares en la guerra de Cataluña de 164089, o una simple referencia a las ventas de señoríos procedentes de Órdenes Militares que se efectuaron en el siglo XVI90. Ni los caballeros de hábito ni los comendadores aparecen al tratar de la nobleza en el reinado de Carlos II, período histórico que en este manual se abordó de manera renovadora respecto a la historiografía existente hasta el momento.

 

También de estas fechas data la aparición en 1967 de la Historia de España del  Marqués de Lozoya, quien da cuenta de la creación del Consejo de Órdenes, sin fecha exacta, tras la incorporación de los maestrazgos, para ocuparse de asuntos como

 

 “concesión de hábitos, pruebas de nobleza, penas impuestas a los caballeros, provisión de encomiendas, etc.”91

 

Relata con cierto detalle el paso de la administración de las Órdenes a la corona, tras los intentos previos de control regio que se habían producido desde principios del siglo XV. Cita el número de encomiendas, prioratos, villas y ciudades que poseía cada Orden, y concluye:

 

            “La concesión de una de estas encomiendas, que hacía de su poseedor un rico y poderoso personaje, era la merced más codiciada, y los reyes la utilizaban para asegurar o premiar grandes servicios; su carácter vitalicio evitaba todo riesgo. Aun los simples hábitos, sin renta alguna, eran un honor afanosamente solicitado. Esta fue la exclusiva función de las órdenes militares, cuando la constitución del nuevo estado permitió una política de amplias miras imperiales”92.

 

La interpretación del marqués de Lozoya es la de unas Órdenes convertidas en un mero sistema de concesión regia de prebendas, en la que el reforzamiento del poder regio en la temprana modernidad le hace olvidar la complejidad  del aparato estatal de la época, que se debatía entre reformas de corte moderno y pervivencias puramente medievales. Curiosamente, la pretendida garantía vitalicia de las concesiones fue incumplida en la práctica con otorgamientos por varias vidas de encomiendas y beneficios, de los que disfrutaron las principales casas nobiliarias.

 

En 1969 L.P. Wright, con la supervisión de Elliott, publicó un trabajo monográfico que, aunque breve, supuso una investigación renovadora sobre las Órdenes Militares en la época moderna93. Este trabajo, junto con los de Domínguez, será muy conocido y empleado como referencia en las historias generales  y monografías posteriores. Wright introduce el tema exponiendo sucintamente la trayectoria bajomedieval y la incorporación a la corona definitivamente de los maestrazgos de Santiago, Calatrava y Alcántara en 1523, para cuyo gobierno fue preciso crear el Consejo de Órdenes. Este se encargaba de administrar justicia en el territorio de los antiguos señoríos, además de tramitar las pruebas de ingreso de caballeros, nombramiento de los eclesiásticos que dependían de las Órdenes, y castigaba a  los caballeros y comendadores que no cumplían  las obligaciones de sus estatutos. Confirma la opinión de Domínguez y Elliott de falta de investigaciones en este tema desde la historia social, ya que la bibliografía tradicional que se ocupa de las Órdenes escrita en los siglos XVI y XVII se detenía tras la caída de Granada. Se recogen diveros intentos de devolver su finalidad original a estas instituciones, defendiendo las posiciones de la costa mediterránea peninsular y las plazas conquistadas en el Norte de África, frente a turcos y berberiscos, pero ninguno tuvo éxito. Y el autor expone entonces el punto de vista que adoptará en este estudio:

 

            “Por lo tanto, durante los siglos XVI y XVII las órdenes miltares españolas equivalían a no más que órdenes de caballería ancrónicas, pero, no obstante, sus estructuras institucionales aparentemente rígidas les prestaron una función social vital en proceso de desarrollo. Lo que se pretende en el resto de este artículo es examinar con mayor detenimiento las implicaciones para las órdenes de esta dicotomía entre estructura y función y, así, ofrecer algunas observaciones provisionales acerca de la actividad de las órdenes no sólo en el contexto de la jerarquía noble castellana sino también en el conjunto de la sociedad española”94.

 

Se detallan algunas de las obligaciones impuestas a los caballeros en las reglas, como las relativas a la edad de ingreso, el voto de castidad, que pasa del celibato a la mera fidelidad conyugal, el de pobreza, los rezos canónicos o el noviciado en los conventos de cada orden y la prestación de seis meses de servicio en las galeras reales. Todo ello no era sino letra muerta, objeto de controversia entre diversos tratadistas de época, que ofrecían diversos testimonios sobre la personalidad eclesiástica de los caballeros y los privilegios que les asistían, así como la verdadera naturaleza honorífica de los hábitos militares. Se aportan testimonios de varios extranjeros que escribieron sobre la España de los siglos XVI y XVII sobre las Órdenes y sus miembros.

 

Wright intenta evaluar la potencia económica de las órdenes a partir de las rentas de las encomiendas y las clasifica por la cuantía de sus ingresos, que a principios del siglo XVII oscilaban entre menos de 500 ducados anuales de renta hasta algunas de más de 16.000, siendo el grupo más numeroso el que producía entre 1.000 y 2.000 ducados. También se analiza la categoría de quienes las disfrutaban, encontrándose que las más ricas estaban en manos de la alta nobleza e incluso muchas eran adjudicadas a miembros de la casa real, especialmente en el siglo XVIII. Pero no eran las encomiendas lo que hicieron tan apreciados los hábitos de caballero, sino el superar las pruebas de ingreso, en las que la limpieza de sangre primaba incluso sobre la calidad hidalga de los aspirantes. La generalización de los estatutos de limpieza desde tiempos de Felipe II impulsó la demanda de hábitos en los reinados de Felipe III y Felipe IV, ya que las investigaciones genealógicas imprescindibles para acceder a la condición de caballero incluían la verificación de la cristiandad vieja mediante un procedimiento más riguroso que el que se exigía para acceder a colegios mayores o a familiaturas de la Inquisición. No obstante, los expedientes conservados que se inician en el reinado de Felipe IV indican el considerable aumento del número de los hábitos que se concedieron -que Wright recoge en un cuadro para la orden de Santiago-, y muestra la inflación de caballeros que se produjo especialmente durante el valimiento del conde-duque, época incluso en que llegaron a venderse las mercedes ingreso en las Órdenes Militares. Aunque se intentó, como ya conocemos, recabar la participación personal de los caballeros en la guerra de Cataluña, el fracaso fue flagrante.

 

La celebración en 1652 de un capítulo general conjunto de las órdenes controladas por la corona es calificada como un intento de detener su decadencia al haber crecido tanto el número de los caballeros, la mayoría de los cuales no había obtenido la merced por servicios militares u otros notorios a la corona. Parece que en el reinado de Carlos II se frenó la concesión de mercedes de hábito, pues de tantos caballeros como había, su categoría honorífica se había devaluado.

 

Wright analiza las exigencias para acceder a la condición de caballero que se investigaban en las pruebas, y recoge en un cuadro las dispensas pontificias otorgadas a miembros de Santiago entre 1558 y 1657, que permitían superar defectos como la falta de nobleza en alguno de los antecesores,  ser hidalgo por concesión regia y no por linaje, ilegitimidad, ejercicio de oficio vil o falta de limpieza de sangre(limitada sólo al origen musulmán y a los descendientes del converso Pablo de Cartagena, obispo de Burgos). Menciona los problemas que tuvieron Julián Romero, Francisco de Ribera o Diego Velázquez para la concesión de sus hábitos ante los inconvenientes puestos por el Consejo, sólo superados por la presión del propio monarca.  Ofrece también algunos testimonios de comerciantes enriquecidos que en un proceso de ennoblecimiento solicitaron el acceso a la condición de caballero.

 

La conclusión de este interesante artículo es que la continuidad de las Órdenes Militares respondía a la mentalidad de los siglos XVI y XVII, cuando se intentaba dar fuerza a actitudes e ideales heredados de una tradición histórica castellana muy influida por las largas guerras de la Reconquista, y prolongada en la expansión imperial de los Austrias, siendo las órdenes

 

            “la primera encarnación de las pautas militares y religiosas de la España medieval, el eslabón intelectual esencial entre reconquista y conquista, cruzada e imperio”.95

 

En 1973 se publica por primera vez el manual a cargo de Antonio Domínguez Ortiz de la Historia de España Alfaguara 96, donde hablando del estamento nobiliario, resume la significación de las Órdenes Militares en estas apretada síntesis:

 

            “Una de las causas de la poco brillante situación de esta nobleza media e inferior de los reinos orientales es que sólo podía aspirar a las pocas y modestas encomiendas de la orden de Montesa: 13 con una renta anual conjunta de 23.000 ducados. En cambio, las 88 encomiendas de la orden de Santiago producían cerca de 200.000 ducados; las 51 de Calatrava unos 100.000 y las 38 de Alcántara otros tantos, aproximadamente. (Estas cifras variaban mucho, en función de las cosechas y de los precios de los productos del campo). Todas estas rentas engrosaban los ingresos de los nobles cortesanos, y a veces, de sus viudas y sus hijos. Sus obligaciones eran prácticamente nulas, pues los comendadores casi nunca residían en los pueblos que debían administrar. Los más favorecidos acumulaban dos y tres encomiendas; en cambio, los de menos categoría, los simples caballeros y los hidalgos que habían prestado servicios especiales a la Corona cifraban su máxima ambición en obtener un hábito, que no producía renta, pero daba público testimonio que su poseedor era de noble y limpia sangre. Indirectamente podían ser una fuente de ingresos si se concedían, como se hizo frecuente en el siglo XVII, a la persona que casara con la hija del agraciado, lo cual suponía para este, además de la seguridad de hallar un yerno distinguido, el ahorro de la dote, que por su elevada cuantía llegó a ser una verdadera pesadilla”97.

 

Como conocedor del tema, Domínguez no olvida otros dos aspectos importantes que tenían estrecha relación con las Órdenes Militares en esta época: los ingresos que a la corona supusieron la incorporación de los maestrazgos98, ni las denominadas desamortizaciones del siglo XVI, que afectaron a bienes y derechos de Órdenes Militares y monasterios, dando lugar a nuevos señoríos o aumentar el potencial de otros99, aunque no entra en detallar la estructura y papel de los consejos menores, entre ellos el de Órdenes100.

 

Manuel Fernández Álvarez redactó también otra historia general, publicada en 1976101, en la que confirma lo que venía afirmándose sobre las Órdenes Militares en este tipo de trabajos, y se apoya especialmente en lo que había dicho en La sociedad española del Renacimiento102. Incluye el proceso de incorporación de los maestrazgos y de su patrimonio a la corona, relatando los conocidos episodios, como un paso firme de la política de reforzamiento de la monarquía por los Reyes Católicos103. También menciona el intento fallido de instalar conventos de las Órdenes en el Norte de Africa, iniciativa que sólo tuvo éxito con la cesión de Malta y Trípoli a la orden de San Juan de Jerusalén en 1530104. El Consejo de Órdenes es aludido como sometido al de Castilla105.

 

Califica a los caballeros militares como una “condición particular dentro de la clase caballeresca”, frente a la base principal constituida por caballeros de alarde y de guerra. Los caballeros de hábito eran:

 

            “un pequeño grupo formado por los que han obtenido un hábito de una de las Órdenes Militares, lo cual era muy apreciado por su escasez y porque era la base necesaria para el disfrute de encomiendas. Bien sabido es que para recibir tal hábito era preciso superar favorablemente un expediente, donde se había de probar la condición nobiliaria del peticionario. Aparte de eso, la importancia de su linaje o la de sus servicios en la diplomacia o en la guerra hacían el resto”106

 

Sin embargo, la especial vinculación de la demanda de hábitos militares con la obsesión de la limpieza de sangre, puesta en evidencia por las monografías que se habían publicado poco años antes, no queda recogida en estas consideraciones. Al referirse a las “Fuentes de la riqueza noble” indica que las encomiendas de las órdenes militares, cuyo renta anual media estaba en torno a 200 ducados, solían concederse a segundones de la alta nobleza. Menciona una relación del Consejo de Castilla fechada en 1552 en la que se consignan los titulares de encomiendas y sus vacantes107. Las rentas evualadas entonces eran en las tres órdenes 34 millones de maravedíes, cantidad escasa si la comparamos con los más de 90 millones del arzobispo de Toledo. Resalta el hecho de que aparezcan entre los comendadores apellidos de las casas de la grandeza de España: los Mendoza, Manrique, Pimentel, Figueroa, Enríquez. Se preferían los linajes de peso a los méritos militares en la concesión de encomiendas, y siendo bienes en teoría de disfrute vitalicio, sin embargo se heredaban gracias a las concesiones “de dos vidas”108. Entiende que la ley del mayorazgo obligó a que los segundones buscasen sus ingresos en las encomiendas y en la carrera eclesiástica109. Años más tarde, en otra historia general, la de Menéndez Pidal, Manuel Fernández Álvarez mantiene idéntica opinión repecto a este tema110, añadiendo ahora más detalles de la citada relación de titulares de encomiendas en 1552111y unas pinceladas sobre las funciones del Consejo y las ventas de patrimonio de Órdenes efectuadas por Carlos V112.

 

Valentín Vázquez de Prada publicó en 1978 una reconocida obra de síntesis sobre la España de los siglos XVI y XVII113, en la que hablando de población y sociedad, dedica un apartado específico a “los caballeros de las Órdenes Militares” 114, a los que considera como un grupo de la baja nobleza. Tener un hábito era aspiración de quienes deseaban estima social, “especialmente los militares de origen noble”. El monarca los concedía a personas distinguidas en la guerra, pero también fue usual darlos a consejeros, burócratas e incluso a escritores y artistas. Habla de las pruebas de nobleza, y de la limpieza de sangre, e indica que se admitieron caballeros dedicados al gran comercio, hecho que desde 1622 queda autorizado expresamente por la compatibilidad entre nobleza y ejercicio comercial al por mayor115.  Se detiene en el tratamiento de las encomiendas, cuyo valor oscilaba entre 1.000 y 2.000 ducados anuales, aunque algunas pasaban de 10.000 (Mayor de Castilla o Socuéllamos). Resulta novedoso en una historia general como esta la incorporación de un cuadro con el valor de las encomiendas de las cuatro Órdenes controladas por la corona en 1523, 1526 y 1703, así como una breve relación de los territorios de S. Juan en la Corona de Aragón, y un mapa del territorio de las Órdenes en Castilla, señalando las encomiendas más importantes. Indica que el número de caballeros alcanzó la cifra máxima de 1452 en 1626 y que Olivares puso en venta hábitos de Órdenes, pero se suspendió por ser mal recibida. No olvida mencionar las ventas de bienes de Órdenes que dieron lugar a nuevos señoríos.

 

Sucinta, pero acertada síntesis es la que se ofrece sobre cada una de las Órdenes Militares en el Diccionario de Historia Eclesiástica de España, publicado en 1973, y con abundante bibliografía, aunque el peso se centra en la etapa medieval116.

 

En esta etapa de renovación no podemos olvidar otros estudios que investigaron aspectos relacionados con las Órdenes, aunque el papel social de las mismas tuviera menos importancia que en los trabajos citados anteriormente. En primer lugar están las monografías dedicadas a la Hacienda en época moderna, pues entre sus ingresos se encontraban las rentas de maestrazgos o de mesas maestrales, esto es, la parte del patrimonio de las Órdenes que correspondía al maestre. Mientras H. Kellenbenz117 es autor de un libro y otros trabajos dedicados a la renta de maestrazgos,  R. Carande118 y M. Ulloa119 le dedican capítulos completos, y A. Domínguez Ortiz120y M.Garzón Pareja121 numerosas noticias122. Otro apartado importante es el de la venta de bienes de Órdenes que se lleva a cabo en los reinados de Carlos V y Felipe II, cuyo análisis fue realizado principalmente  por S.Moxó123, A.Guilarte124, J.Cepeda Adán125 y continúa actualmente126.

 

5. Los años 80 y 90:  aparición de estudios sistemáticos y monografías

 

Como queda expuesto, a finales de los años setenta las Órdenes Militares comenzaban a ser algo más que menciones poco renovadas en las historias generales. En 1979 publicó José Antonio Maravall una monografía en la que la reflexión sobre el honor en el siglo XVII le hizo revisar las aportaciones más recientes, en especial los trabajos de Domínguez Ortiz y Wright a la vez que se apoyaba en los tratados de época sobre los hábitos militares127. Las investigaciones sobre el período medieval, cada vez más numerosas y profundas, fueron la base  para convocar en 1971 el Congreso Hispano-Portugués sobre las Órdenes Militares en la Península Durante la Edad Media128y cinco años después la aparición del repertorio bibliográfico de Lomax129, seguido de otro más limitado de E. Benito Ruano130. Con otros planteamientos, pero con idéntico objetivo, los modernistas se encaminaban a llenar con nuevas aportaciones monográficas  el vacío señalado. Entre mediados de los setenta y  principio de los años ochenta se iniciaron varias tesis doctorales, promovidas desde la Universidad Autónoma de Madrid, el CSIC, la Casa de Velázquez, y la Universidad de Zaragoza131. En mayo de 1983 se celebró el coloquio “Las Órdenes Militares en el Mediterráneo occidental. siglos XIII-XVIII”132, en el que participaron casi todos los que entonces eran jóvenes investigadores en la materia.  Al celebrarse en 1985 el I Congreso de Historia de Castilla-La Mancha, nuevamente se ofreció oportunidad de presentar resultados parciales o avances de las investigaciones en curso133, así como en misceláneas, coloquios o congresos generales134celebrados desde entonces hasta nuestros días. Aumenta la frecuencia de las reuniones científicas especializadas, como el congreso “El arte y las Órdenes Militares”de 1985135, el dedicado a su y implantación en los territorios de habla catalana celebrado en Montblanc (Tarragona) en 1985136,  la reunión de Pisa sobre “Las Órdenes ecuestres, militares y marítimas y la marina menor del Mediterráneo en los siglos XVI y XVII” en 1988137 y  se convoca un congreso sobre la orden de San Juan en Madrid en 1990, o las jornadas dedicadas en Zaragoza a la orden del Santo Sepulcro en Aragón138.  A principios de la década de los 90 se establece un grupo de trabajo internacional para el estudio de las Órdenes Militares, que mantiene contactos permanentes desde 1992, incluyendo reuniones de trabajo, mesas redondas y cursos de verano, cuyos resultados más inmediatos van a ser la edición del repertorio bibliográfico referido al principio de esta exposición, y las actas del coloquio celebrado en San Miniato (Florencia, Italia) en 1994, aparte de las publicaciones individuales de cada investigador. Pero no podemos olvidar el creciente interés de las Órdenes Militares y su repercusión social, económica e institucional en otros historiadores modernistas como J.I Gutiérrez Nieto139 o P. Molas Ribalta140 además de un grupo cada vez más nutrido de historiadores jóvenes. La culminación de esta trayectoria la tenemos en la convocatoria del presente congreso en 1996 por la Universidad de Castilla-La Mancha.

 

Desde mediados de los ochenta se publican los primeros resultados de las tesis doctorales iniciadas años antes. Vamos a recorrer brevemente sus aportaciones antes de regresar al objetivo propuesto de ver cómo influyen sus conclusiones en las historias generales. La primera monografía en aparecer es la que Martine Lambert-Gorges dedica al estudio de los caballeros vasco-navarros en la orden de Santiago en el cambio del siglo XVI al XVII141. Lejos de ser un trabajo centrado en historia regional, antes de abordar el objeto concreto de la investigación, se presenta en primer término el tema general de las Órdenes Militares. Como introducción se estudia la estructura de la orden de Santiago antes de la incorporación de los maestrazgos a la corona, y cuál era su situación a finales del siglo XVI, además de describirse la organización del Consejo de Órdenes y expresarlo en interesantes cuadros sinópticos142. La parte primera, que se ocupa del proceso de pruebas de ingreso,  nos presenta el primer intento de clasificar a los caballeros en categorías socio-profesionales, que quedan recogidas en una tabla143, seguido de otro procedimiento similar para clasificar los hidalgos vascos en diferentes tipologías, que distaban mucho de disfrutar de una condición igualitaria, conforme al pretendido tópico144. M. Lambert analiza los motivos de solicitud de hábitos repasando la tradición familiar, la búsqueda de plusvalías nobiliarias, o la recompensa regia por servicios prestados,  a la vez que se indican las edades y orígenes geográficos de los candidatos, aspecto éste que aparece ilustrado con la distribución de caballeros de la orden de Santiago entre 1580 y 1620 no solo en el País Vasco, sino a nivel peninsular y en el conjunto de la monarquía hispánica, así como gráficos y diagramas en los que se representa la cantidad de pruebas realizadas anualmente145. En la segunda parte de su trabajo, esta autora analiza el cursus honorum posterior al ingreso en Santiago, tanto en puestos externos como en la propia orden, en especial en el disfrute de encomiendas, de las que se presenta un detallado mapa de su situación en la Península146. Se introduce también en analizar aspectos de la vida privada, como la educación, el matrimonio, el comportamiento público, el cumplimiento de las obligaciones establecidas en los estatutos de la orden y la visión que tenían los coetáneos del fenómeno de las Órdenes. El trabajo se cierra con un apéndice documental en que se incluyen todos los documentos típicos del proceso de acceso a la condición de caballero, desde la merced real de hábito, hasta la aprobación en el Consejo de Órdenes. Asimismo se extractan los datos más relevantes de los 64 expedientes analizados.

 

Tras publicarse en 1985 algunos estudios monográficos referidos a encomiendas147, en donde se ponía énfasis en presentar la documentación de Órdenes para la historia agraria y el papel que jugaba el Consejo en la gestión, en 1986 ve la luz el trabajo de Jerónimo López-Salazar Estructuras agrarias y sociedad rural en la Mancha (ss. XVI-XVII)148. Este magnífico estudio, precedido de numerosas publicaciones más limitadas, nos aproxima no a las Órdenes Militares, como hasta ahora estamos comentando, sino al ámbito geográfico en donde tuvieron sus principales dominios, estudiado desde la historia social y económica. Una de las principales novedades aportadas por el profesor López-Salazar consiste en su dominio de una documentación apenas manejada, la que procede del Consejo de Órdenes como entidad que se ocupaba del gobierno de esta región149. En sus fondos se han conservado amplísimas series documentales que hablan de la  vida rural y de la administración y litigios relativos a encomiendas y bienes maestrales. Recordemos que la parte más sustanciosa de los ingresos de las Órdenes estaban radicados en explotaciones agropecuarias y en exacciones decimales. Gracias a esta documentación, junto con la procedente de Simancas, de los archivos eclesiásticos (diocesanos y parroquiales), y de los provinciales y locales, hábilmente utilizada por López-Salazar, se alcanza una visión global sobre la estructura de la población manchega,  los medios de producción agrarios, las disposiciones normativas y jurisprudencia que les afectaban, la distribución e importancia de las haciendas y sus poseedores y la implicación de todo este sistema en el aparato jurídico-administrativo de las Órdenes Militares, que continuaban siendo propietarias de amplias fincas rústicas, en su mayor parte dedicadas a pastos, aparte de otras prerrogativas como titulares del señorío. Este estudio ofrece un panorama que ha sido reconocido por los especialistas, y llena un vacío historiográfico no cubierto por otras obras nacidas de la historia local150. En la línea indicada, Jerónimo López-Salazar publica poco después un nuevo estudio más breve, pero no menos interesante, dedicado al Campo de Calatrava151.

 

Otro hito importante en la renovación historiográfica de los estudios sobre Órdenes Militares es la publicación del libro de Elena Postigo dedicado al Consejo y a los caballeros de las Órdenes en el siglo XVII152. Hasta entonces, no se disponía de información actualizada sobre el Consejo de Órdenes, como se comprueba en el reducido espacio que se le dedicaba en monografías recientes sobre la Administración en el siglo XVII153. El estudio de E. Postigo se inicia con una introducción en la que se explica la doble autoridad del rey como administrador del maestrazgo, y como tribunal eclesiástico delegado de la Santa Sede. La principal novedad aportada por esta autora es considerar al Consejo de Órdenes en cierta medida un órgano de representación de nobleza, admitido por el monarca y por el propio estamento154. Detalla los antecedentes históricos del Real Consejo de las Órdenes Militares en los consejos que tenían los maestres respectivos de cada una antes de su incorporación a la corona,  y estudia los promenores de las bulas de administración personal de los maestragos otorgadas vitaliciamente a Fernando e Isabel ,y perpetua a los titulares de la corona de Castilla a Carlos V. Las competencias del Consejo de Órdenes son analizadas, tanto en lo temporal como en lo eclesiástico, y se delimitan sus atribuciones respecto a las de las audiencias y el Consejo de Hacienda a principios del siglo XVI.

 

Tras dicha exposición, la profesora Postigo pasa a ocuparse de las competencias del Consejo de las Órdenes Militares en el siglo XVII, que comprendían multitud de asuntos: gracia y real patronato, gobierno y conservación del territorio de Órdenes, incluyendo la promulgación de normativas ante la dilatación de las convocatorias de los capítulos generales de cada orden, control sobre cargos municipales, encomiendas, conventos, iglesias, etc. así como el mantenimiento del orden público, o las convocatorias militares de los caballeros. Respecto a la actividad judicial, se recorren con detalle sus  competencias hasta los Decretos de Nueva Planta. Una de sus funciones exclusivas era la realización y examen de las pruebas de ingreso de caballeros, religiosos y religiosas155. Los miembros del Consejo son objeto de un detallado análisis: estructura y composición del Consejo, estudio de los presidentes y gobernadores, la duración de sus cargos, condición social, atribuciones, retribuciones, etc.; el mismo procedimiento se sigue con los restantes consejeros, detallando sus funciones, su origen social, procedencia geográfica y carrera administrativa156. A continuación E. Postigo se introduce en el interesante asunto de la concesión de hábitos militares, causa del bloqueo del Consejo en el siglo XVII, analizando los motivos de las mercedes, que son sintetizados en una tabla157. Repasa las normas de acceso al status de caballero militar, observando la evolución en Santiago, Calatrava y Alcántara de las condiciones exigidas, y presenta un cuadro sinóptico de las exigencias particulares de cada una seguido por un comentario sobre los diversos requisitos158. Especialmente interesante es el denominado “procedimiento de honor”, o proceso de investigación a que eran sometidos los aspirantes, del que se recoge la normativa teórica y abundantes testimonios sobre lo que ocurría en la práctica, en especial los métodos de obviar carencias mediante las dispensas pontificias, así como otros procedemientos que facilitaban la investigación como eran la “patria común” o “tres actos positivos”. Se detalla el “precio del honor”, y las relaciones del Consejo con otros tribunales de honor159. Los caballeros, su origen social y geográfico, la cuantía de ingresos en las Órdenes producidos a lo largo del tiempo, obligaciones y privilegios del grupo (ceremonias, llamamientos militares, fiscalidad, etc.) y, especialmente, su condición aforada cierran esta monografía, a la que se añade un breve apéndice documental.

 

Con posterioridad a este trabajo defendieron su tesis doctorales Clemente López González160, y J. Ignacio Ruiz Rodríguez161, cuyos resultados han aparecido en publicaciones parciales162.

 

Entre las últimas monografías publicadas se encuentra la nuestra dedicada a la orden de Calatrava en el siglo XVI, centrada en una visión institucional  y un estudio prosopográfico de sus caballeros163, así como otras investigaciones cada vez más numerosas de ámbito comarcal164o local165. Las actividades del equipo que tiene su núcleo en la Universidad Autónoma de Madrid se manifiestan continuas aportaciones166, incluso a nivel divulgativo como el Informe central de Historia 16 de enero de 1995.167

 

 

Volviendo de nuevo a la revisión de cómo tratan el tema de las Órdenes las historias generales, observamos un desfase entre la investigación monográfica y su difusión.  Joseph Pérez, autor a principio de los ochenta de “España moderna (1474-1700). Aspectos políticos y sociales”168, introduce pocas novedades en el escaso tratamiento que hace de nuestro tema. Incluye en el grupo de los caballeros, como parte integrante de la nobleza, a los miembros de las cuatro Órdenes Militares, divididos en tres categorías: caballeros, comendadores y dignatarios, añadiendo que el hábito daba un prestigio social muy apetecido y la encomienda era una buena fuente de ingresos. También menciona la venta de bienes de Órdenes efectuada por la corona, y los que no fueron enajenados son mencionados  entre los tipos de señoríos169. No olvida vincular el problema de los estatutos de limpieza con las Órdenes Militares, citando a la de Alcántara como una de las más antiguas en su implantación170. El tomo de esta colección dedicado al siglo XVIII, al igual que hacen otras muchas obras generales que tratan de dicha centuria, carece de referencias a nuestro tema171.

 

La Historia General de España y América, en la época de los Reyes Católicos se ocupa brevemente de la incorporación de los maestragos172. Las noticias sobre Órdenes en los reinados sucesivos aumentan considerablemente el tramiento que hemos visto sobre el tema en las anteriores obras de conjunto. En el tomo dedicado al siglo XVI, respecto al Consejo de Órdenes se especifica su fecha de fundación, 1494, y se indica que sus competencias se limitaron a las de Santiago, Calatrava y Alcántara, pero no a las portuguesas, o a la de Montesa, regida desde el Consejo de Aragón. Se recuerda la bula de incorporación de los maestrazgos otorgada por Adriano VI en 1523, y se detalla la composición del Consejo y las funciones de su presidente y consejeros. Finalmente se alude a las ventas de bienes y rentas que se produjeron en las Órdenes a partir de 1529173.  En el apartado donde se explica la Real Hacienda, no se olvidan los ingresos de los maestrazgos, que en algunas ocasiones durante el reinado de Carlos V llegaron a superar los procedentes de los servicios de Cortes, y se reproduce el mapa que incluía Vázquez de Prada en su manual174. En el capítulo dedicado a población y sociedad, a cargo de Alfredo Floristán Imízcoz, tratando del grupo social de los caballeros militares se hace un resumen del artículo de Wright, que se cita expresamente, indicando la condición honorífica de los hábitos, el valor económico y situación geográfica de las encomiendas, así como que la mitad eran controladas por la alta nobleza. El principal valor de los hábitos era la ratificación nobiliaria y de limpieza de sangre, mediante las pruebas que se endurecieron a partir de 1540, aunque algunas dispensas pontificias solventaban carencias de los aspirantes175.

 

Eduardo Escartín, en el tomo que se ocupa del siglo XVII amplía las noticias sobre las Órdenes Militares, siguiendo a Domínguez Ortiz, y explicando el valor social de los hábitos, que representaban nobleza y limpieza. Detalla el valor de las rentas de encomiendas y su decaimiento entre 1616 y 1712 como resultado de la crisis general. Destaca que más de la mitad estaba en manos de la alta nobleza, y que algunas se dieron a servidores de la corona y hasta a escritores o artistas. Menciona las escasas obligaciones reales que tenían los caballeros y especifica el número de los caballeros de cada orden, siendo la de Santiago la más prestigiosa. También se menciona la venta de hábitos, las pruebas, y el acceso que tuvieron grandes comerciantes a la condición de caballero, como el negociante sevillano don Tomás de Mañara.176

 

 

En 1986 aparece El siglo del Quijote (1580-1680) Religión, filosofía, ciencia177, recoge las novedosas aportaciones de Juan Ignacio Gutiérrez Nieto sobre las Órdenes Militares vistas desde la óptica de los arbitristas178. Antonio Domínguez Ortiz incorpora referencias a los nuevos estudios monográficos al redactar su contribución al tomo relativo a la sociedad del siglo XVII, que se publica en 1989179. El tratamiento que hace del tema se inicia separando conceptualmente los hábitos de las encomiendas. Respecto a los primeros, que eran concedidos por el rey como recompensa a servicios prestados, peticiones e incluso ventas, indica que los caballeros militares no suponían una categoría especial dentro de la nobleza, pero sí vinculada a la misma, pues sus portadores hacían con ellos pública ostentación de limpieza e hidalguía, hecho que llevó a que los aspirantes a vestirlos crecieran en gran medida, siendo las concesiones en el valimiento de Olivares muy elevadas. Las rentas percibidas por los comendadores no eran ni mucho menos homogéneas y algunas de ellas se acumulaban en unos mismos beneficiarios, sin importar que fueran mujeres o niños. Se relacionan a continuación el número total de encomiendas de las órdenes de Santiago, Calatrava, Alcántara, Montesa y S. Juan180. No olvida mencionar la autorización dada para que los comerciantes al por mayor pudieran acceder a los hábitos militares181.

 

Como contraste a la incorporación de novedades en las obras generales sobre el tema que nos ocupa, en la primera edición inglesa de Early Habsburg Spain, 1517-1598 a cargo de A.W. Lovett, apenas se recoge la renovación historiográfica sobre las Órdenes Militares182.

 

En 1988 aparece una nueva Historia de España, dirigida por Antonio Domínguez Ortiz. Miguel Angel Ladero se ocupa de la España de los Reyes Católicos, donde evalúa la extensión de los señoríos de Órdenes en Castilla y Aragón, divididos en encomiendas, cuyas rentas detalla. Describe y valora el proceso de incorporación de los maestrazgos como un medio de evitar problemas políticos y de retribuir servicios183. En el tomo siguiente, dedicado al siglo XVI, la cercanía de Pablo Fernández Albaladejo a las recientes investigaciones sobre Órdenes es notoria, pues se extiende tratando del Consejo que las administraba, sintetizando las principales ideas expuestas en la monografía de Postigo y concluye que en el siglo XVII se convirtió en un mero tribunal de honor, al limitarse a los pleitos criminales de los caballeros, quedando fuera los civiles184. Juan Eloy Gelabert se ocupa de aspectos sociales, y en el apartado dedicado a “señores y vasallos” menciona la incorporación de los maestrazgos y cómo en las Relaciones Topográficas  el 16,8 % de los lugares pertenecían a la jurisdicción de Órdenes Militares. Curiosamente, en los apartados titulados “De la hidalguía a la nobleza”185 y en “Categorías del estado nobiliar”186se omite a los caballeros militares aunque, paradójicamente, en las ilustraciones aparecen al menos tres caballeros de Santiago. En la breve bibliografía seleccionada recogida al final del texto se menciona la monografía de Jerónimo López-Salazar sobre las estructuras agrarias de la Mancha, básica para la historia de la región en este período. En el tomo siguiente, dedicado al siglo XVII187 no se recogen informaciones destacables sobre Órdenes Militares, al contrario que en el dedicado al siglo XVIII, hablando de la sociedad, León Carlos Álvarez Santaló sigue los trabajos de Domínguez relativos al tema, y habla de los distintos grados de nobleza, entre los que se encontraban los caballeros militares. Los hábitos de Órdenes eran “garantías” de nobleza y “peldaños en el curriculum nobiliario”. Las pruebas para acceder a ellos podían eludirse gracias a servicios militares, aunque el ingreso de algunos caballeros generó polémicas. Relaciona el número total de las encomiendas, la cuantía de sus rentas y su acaparamiento por la alta nobleza, que disfrutaba de más de la mitad de ellas, y cuyos ingresos superaban el cincuenta por ciento de la producción global de todas las encomiendas188.

 

En manuales de menos extensión que los últimos comentados, las referencias son escasas pero oportunas, pues se limitan a la incorporación de los maestrazgos y a la categoría social de los caballeros, así como a la distribución geográfica de las encomiendas189. Ya en la década de los 90, durante los últimos cinco años es más notorio el impacto de las investigaciones monográficas sobre las Órdenes Militares en las historias generales. En obras de cierta extensión, como el manual editado por Historia 16 en 1991, podemos corroborar el impacto de las nuevas aportaciones monográficas sobre las Órdenes Militares en las historias generales orientadas a una mayor divulgación190. Jaime Contreras, que se ocupa de las insituciones políticas, dedica cinco páginas al Consejo de Órdenes, apoyándose en E. Postigo, lo que supone un tratamiento inusitado en  historias generales por  lo extenso191. A. Rodríguez, que trata de economía y sociedad, se apoya en numerosas referencias de tipo local, muchas de las cuales son de localidades insertas en los señoríos de Órdenes,  sin olvidar las menciones a los hábitos o  la limpieza de sangre 192.

 

En La España moderna, manual publicado en 1992193, se incluyen algunas noticias relativas al asunto194y en el apartado dedicado a la sociedad y, más en concreto a la nobleza, encontramos una buena síntesis sobre los hábitos y su significación:

 

“Por último, la obtención de un hábito de alguna de las Ordenes militares constituiría una distinción muy apreciable, pues aun perdiendo sus funciones militares originales y su carácter religioso una vez conluida la Reconquista, servía para promocionar socialmente a sus beneficiarios, ratificando la nobleza y limpieza de sangre del tronco familiar y propiciando la movilidad social”195.

 

 

Entre los últimos manuales publicados se encuentra el redactado por Ernest Belenguer El Imperio hispánico. 1479-1665196. El profesor Belenguer, de manera precisa, actualizada respecto a la historiografía y completa para lo que debe ser una obra general no demasiado extensa, aborda la incorporación de las tres Órdenes Militares al dominio regio tomando como punto de partida el año 1477, cuando se produjo la concordia de Uclés sobre el nombramiento de Fernando el Católico como maestre de Santiago. El proceso finaliza con la cesión del maestrazgo de Alcántara a la corona por su titular D. Juan de Zúñiga en 1494, seguido por las bulas pontificias de concesión de los maestrazgos a los Reyes Católicos que se consiguen en Roma gracias a los esfuerzos del embajador Fernando de Rojas. No se descuida en mencionar la creación del Consejo de Órdenes a partir de 1489, desde el  mismo momento de la incorporación de Calatrava, ni el valor económico que supondrían desde entonces las rentas maestrales para la Hacienda regia197.  Belenguer define con claridad la diferencia entre las Órdenes Militares castellanas y la del Toisón cuando relata la llegada de Carlos V a España:

 

“En su primer encuentro peninsular Carlos de Gante no se halla a gusto entre sus nuevos súbditos, ni siquiera entre lo más granado de aquella aristocracia, que ante los ojos del rey debe recomponer sus gestos, su comportamiento. A su hermano Fernando pronto le introduce en el Toisón de Oro, la orden de caballería fundada en 1430, en pleno otoño medieval, por su antepasado borgoñón Felipe el Bueno, y que se ha erigido en la crema de alta sociedad europea, sin parangón, por supuesto, con las órdenes militares peninsulares de Alcántara, de Santiago, de Calatrava, nacidas por imperiosa necesidad de la Reconquista, económicamente potentes, pero de tono todavía tosco, alejadas dela banalidad mundana, de la nostalgia artificiosa, pero elegante, del Toisón. Este gesto, con serlo, no sólo significó un acto de acercamiento político al infante, en el que medio país tenía sus ojos puestos: Carlos quería convertirlo en señal inequívoca de la inmersión de Castilla en la sociedad más avanzada que él representaba.”198

 

Una vez finalizadas las Comunidades y Germanías, el Consejo de Órdenes se encuentra entre los que se reformaron a partir de 1523, además de que guarda semejanza  con el Consejo de la Inquisición, pues mantenía potestad civil y eclesiástica:

 

“El Consejo de Órdenes Militares, oficializado en 1523, constituye otro de estos organismos, si bien en este caso el papa Adriano VI ha hecho un gran favor a su antiguo discípulo, pues por decreto romano ha redondeado la obra de los Reyes Católicos y vinculado todas las órdenes, en materia política, económica, de concesiones de gracia, ya no a la persona o a la corona de Fernando temporalmente -como lo hiciera la Santa Sede años atrás- sino a la monarquía y de forma permanente. Son estas sobradas razones por las que la corona y su titular, Carlos, no han de olvidar en su gestión y en sus mercedes que el patrimonio    -definitivamente obtenido- proviene de la Iglesia, y en cierto modo a ella queda también ligado. Extraña simbiosis en la que siempre el rey tiene más fuerza en el Consejo centralizado en la corte que entre los caballeros de encomienda y hábito, desperdigados por las vastas posesiones territoriales que las órdenes controlan”199.

 

Se recuerda nuevamente la importancia de la aportación económica de los maestrazgos en las rentas reales de Carlos V, especialmente tras 1523, y su administración por los Fugger desde 1525 en contrapartida a sus préstamos al emperador.200No vuelve a mencionarse nuestro asunto de manera específica -salvo la concesión de alguna encomienda como recompensa regia a personajes como Francisco de los Cobos201- hasta el capítulo final en el que, se dirigen a recordar el afán de ennoblecimiento que practica toda la sociedad del siglo XVII, explicitado en la compra de jurisdicciones señoriales, de hidalguías y la obtención de hábitos y encomiendas en las Órdenes Militares202, que también fueron empleadas por la corona para halagar a los asentistas203. En síntesis, se recoge el estado de la cuestión de manera satisfactoria, aunque no falta, como en otras obras generales, alguna inexactitud204.

 

En este mismo año 1996 se han publicado una serie de breves síntestis encuadradas en la serie “Temas de Hoy” de la editorial Historia 16, y que conforman una nueva Historia de España. En el volumen dedicado a los Reyes Católicos, Antoni Simón Tarrés no presta especial atención a las Ordenes Militares.205 Fernando Bouza, autor en esta serie del volumen dedicado a los dos primeros Austrias206, se ocupa someramente del Consejo de Ordenes,207y de los maestrazgos y sus yerbas como fuentes de ingresos de la Hacienda real208. Sin embargo, a estas breves menciones, añade una síntesis de la que no nos resistimos a reproducir lo que es una visión actualizada de la significación de los hábitos:

 

"Convertirse en caballero de hábito era la máxima aspiración de los hidalgos, pero, además, alcanzar el rango de comendador llevaba aparejado el disfrute de unas rentas señoriales que eran especialmente ricas en las órdenes castellanas. Pero, ante todo, las órdenes eran la consumación del arquetipo nobiliario, pues, en ellas, el viejo ideal defensivo de los hombres de frontera de la Reconquista se unía con la milicia cristiana de los soldados de la fe que llevaban la cruz en sus hábitos. La situación jurisdiccional de los caballeros se movía en la ambigüedad de mantener el estatuto religioso delos freiles (votos de pobreza y castidad) y la plena condición de señores civiles.

 

            Si recordamos los términos de debate sobre la verdadera hidalguía que se vivió durante todo el siglo XVI, comprenderemos por qué los hábitos constituyeron el último reducto de los que insistían en las virtudes de la nobleza linajuda que cumplía una función defensiva y que se transmitía por herencia. Por ello, las pruebas que había que presentar para conseguir uno de estos ambicionados hábitos insistían tanto en la limpieza de sangre de moro y judío que tenían que demostrar los pretendientes.

 

            La comprobación de la existencia de una mancha de limpieza suponía, de hecho, que no se concediese el hábito, aunque el pretendiente hubiese prestado los mayores servicios a la Corona. Juan Ignacio gutiérrez Nieto ha dado a conocer cómo la pretensión del célebre militar Sancho Dávila de convertirse en caballero de Santiago fue desaprobada por el Consejo de Ordenes porque en la abuela paterna había alguna duda en su limpieza y en la materia no hay duda, sino que era confesa. Ha sido el mismo Gutiérrez Nieto quien mejor ha explicado cómo el ideal de la limpieza de sangre acaba por encastizar a la sociedad española del XVI hasta convertirse en uno de sus rasgos más distintivos."209 .

 

Juan Antonio Sánchez Belén dedica su contribución al siglo XVII210. Los caballeros de las Ordenes Militares son calificados, como ya hemos visto, como una categoría especial de la nobleza, habiendo de verificar una investigación de hidalguía y limpieza de sangre, cuya superación confería el prestigio necesario para que el linaje del caballero de hábito se viera visto fuera de toda sospecha, especialmente si estaba vinculado a actividades mercantiles o financieras, pues la riqueza que deparaban era uno de los primeros pasos en busca del ennoblecimiento. Se comentan las abultadas cifras de nuevos caballeros en el siglo, especialmente con Felipe IV, y el número y valor de las encomiendas, cuyo disfrute era el objetivo de la nobleza titulada.211. Hablando del Consejo de Ordenes, encuadrado entre los consejos menores o temáticos, se nos recuerdan sus funciones, y que no tenía bajo su jurisdicción a la Orden de San Juan, que no fue incorporada como las castellanas a la corona. 212.

 

Dejando aparte las historias regionales, que dejamos fuera en este repaso, examinamos la Enciclopedia de Historia de España, dirigida por Miguel Artola, que comenzó a publicarse desde 1988213, donde las contribuciones de diversos autores, más o menos familiarizados con las Órdenes Militares, ofrecen un panorama desigual. Así, por ejemplo, en el Diccionario Temático, la voz “Órdenes Militares”, que encierra una breve trayectoria de las más importantes, solo toca prácticamente la etapa medieval214, mientras que otras voces como “encomienda” y “mesa maestral”, a cargo de Antonio Domínguez Ortiz215, ofrecen información amplia sobre época moderna, sin que se olvide tratar de fenómenos como las desamortizaciones eclesiásticas que afectaron a bienes de Órdenes, tanto las del XVI como las del XVIII y XIX216. Elena Postigo redactó la entrada relativa al Consejo de Órdenes217, así como la relación de maestres de las Órdenes Militares, y presidentes del Consejo de las Órdenes218. Al revisar los volúmenes dedicados a grandes temas, descubrimos que el profesor Domínguez es autor del capítulo sobre “Patrimonio y rentas de la Iglesia”219, y aunque se dice expresamente que no se profundizará en diversas instituciones paraeclesiásticas -las Órdenes Militares incluidas-, se hacen numerosas referencias a ellas recordando, en primer lugar, sus orígenes y expansión en tiempos medievales. En el capítulo “El territorio y su ordenación político-administrativa”, quedan recogidas las circunscripciones de Órdenes en la Edad Moderna, empleadas para distritos fiscales, gubernativos, judiciales y administrativos, como recuerda Luis González Antón220.  Miguel Artola, redactor del capítulo dedicado al Estado,  no olvida la incorporación de los maestrazgos en la persona de Fernando el Católico, y la creación del Consejo de Órdenes221. Más adelante, ocupándose de la Hacienda, se recuerda la bula de incorporación perpetua de los maestrazgos en 1523222, que supuso la entrada en las fuentes de financiación regia de amplios patrimonios, incluyendo dehesas, minas y derechos, entre ellos diezmos. Guillermo Céspedes alude al interés de los indianos en pertenecer a las Órdenes y demás instituciones que conferían honor223. Los archivos de las Órdenes y del Consejo tienen una mención adecuada en el volumen dedicado a Fuentes, tanto en el capítulo que redacta Rosana de Andrés sobre “El Estado: documentos y archivos” 224, como en el dedicado a la Iglesia, escrito por Pedro Rubio Merino225

 

 

6. Conclusiones

 

Las Órdenes Militares como tema de la historiografía modernista, pese a los avances de las últimas investigaciones monográficas, no está recogido más que de manera marginal en las historias generales de España dedicadas a la Edad Moderna. ¿Significa esto que es realmente un tema secundario? La importancia de las Órdenes no es la misma en su etapa fundacional que en los dos últimos siglos de la baja Edad Media, ni en los posteriores, al extinguirse el espíritu primigenio y prevalecer la gestión de amplios señoríos y la vinculación a los grupos nobiliarios más poderosos, en lugar del ejercicio de las armas en la guerra de cruzada226. Sin embargo, su perduración en el tiempo se refleja en una activísima vida administrativa y en riquísimos archivos que recogen desde la condición social de los profesos en cada orden (sean caballeros o sus parientes, religiosos o religiosas), hasta la gestión de un vasto territorio en todos sus aspectos, desde el gobierno hasta la economía, la religiosidad, la conflicitividad social...

 

Pese a que en las historias generales no se olvida la mención de trabajos importantes sobre nuestro asunto, debe destacarse esta realidad: las Órdenes Militares en la Edad Moderna están todavía muy poco estudiadas, si las comparamos con otros temas de la Historia Moderna de España. No dejan de ser, pese a todo, un fenómeno ciertamente pintoresco respecto a los grandes temas que se abordan en visiones globales de la Historia. Será precisamente la aparición de más monografías a partir de investigaciones con materiales archivísticos el hecho que modificará en el futuro el estado de la cuestión, y su posterior incorporación a las obras generales y los manuales, cuyos autores, como queda expuesto, se esfuerzan  en recoger las aportaciones procedentes de las investigaciones de base. Dejando aparte las historias locales, que siempre han existidoy existirán, la creación de nuevas universidades en las regiones que antaño fueron el corazón del señorío de Órdenes (Castilla-La Mancha y Extremadura, especialmente, o la ampliación del número de las de Andalucía o Cataluña) constituye un cambio muy notable en el tratamiento científico y sistemático de las investigaciones históricas, que ya es patente en la celebración del presente Congreso, como lo ha sido en otras reuniones científicas recientes arriba mencionadas, y se manifiesta en las múltiples aportaciones en forma de comunicaciones expuestas por jóvenes profesores y licenciados que están tomando el testigo de lo que se venía haciendo hasta ahora desde otras universidades no tan cercanas a la geografía de las Órdenes Militares.

 

El balance de la situación actual es que contamos con aproximaciones generales a muchos de los aspectos que se derivan de la existencia histórica de las Órdenes Militares en la Edad Moderna, especialmente durante los siglos XVI y XVII, mientras que es mucho menos conocido el siglo XVIII. Lamentablemente la pérdida de interés de los historiadores por los fenómenos económicos en los últimos años no favorece en nada la cobertura de amplias lagunas en el conocimiento del señorío, para el que se cuenta, sin embargo, con documentación seriada y rica. La realidad social, tanto de caballeros, de religiosos y  de las poblaciones que vivían en jurisdicción de Órdenes, comienza a conocerse. Los especialistas en esta temática debemos reivindicar con estudios amplios, coherentes y renovados, el puesto  que las Órdenes Militares han de ocupar en la historiografía por peso propio. Mientras aparecen las nuevas monografías, congresos como el presente son la mejor fórmula para animar a los investigadores que ya trabajan y a otros que todavía desconocen las posibilidades de las Órdenes Militares como objeto de análisis histórico, lejos de los estereotipos que todavía se mantienen, lamentablemente, sobre estas instituciones.



1Los contribuyentes del repertorio son, por parte italiana, los profesores F. Angiolini, M. Fantoni y A. Spagnoletti ; los portugueses  I. Morgado, C. Pimenta, y F. Olival; por parte española el trabajo se centra en la U. Autónoma de Madrid  en el equipo que coordina E. Postigo, compuesto por los profesores F. Andrés Robres,  P. García Martín,  I. Ruiz Rodríguez,  con la colaboración de M. Lambert, de la Casa de Velázquez y del que suscribe, del Centro de Estudios Históricos, responsable de la revisión técnica y edición final.

2Rades y Andrada,  frey Francisco de: Chronica de las tres Ordenes y cavallerias de Sanctiago, Calatraua y Alcantara: en la qual se trata de su origen y sucesso, y notables hechos en armas de los maestres y caualleros de ellas: y de muchos señores de titulo y otros nobles que descienden de los maestres: y de muchos otros linages de España, Toledo, Juan de Ayala, 1572, 73 pp.+3 h.+85 pp.+ 8 h.+ 75 pp. Reedición por El Albir, Barcelona, 1980, 303 pp., con estudio e introducción de D.W. Lomax. Asimismo se ha reeditado en facsímil en Valencia, por Librería París-Valencia, 1994, 73 pp. (Sangiago), 85 pp. (Calatrava) y 55 pp. (Alcántara). Hay una edición parcial, limitada a la Crónica de la Orden de Calatrava, Diputación Provincial de Ciudad Real, 1980, 4h.+85 pp. Rades es también el autor del Catalogo de las obligaciones que los comendadores, cavalleros, priores y otros religiosos de la Orden de Calatrava tienen en razon de su avito y profesion con declaracion de como obligan en el fuero de la consciencia algunos de ellos: y la forma de rezar, que han de guardar los legos, Toledo: Juan de Ayala, 1572, 12h.+103 ff.+ 2h.. La importancia de Rades  es reconocida por todos los autores que le citan, glosan o simplemente copian en los siglos XVII al XIX, pese a que, según apuntó Lomax, su obra no fue reeditada hasta el siglo XX.

3Diffiniciones de la Orden y cavalleria de Calatrava, con relacion de su institucion, Regla y approbacion, Madrid: Alonso Gómez, 1576, 305 pp.+15h.  Otras definiciones de Calatrava se editaron en Valladolid 1568, Valladolid 1600, Valladolid 1603, Madrid 1661 y Madrid 1748.

4Definiciones de la sagrada religion y cavalleria de Santa Maria de Montesa y Sant Jorge filiacion de la inclita milicia de Calatrava, hechos por los ilustres Fr. don alvaro de Luna y Mendoça y el licenciado Fr. Francisco Rades y Andrada en el año 1537, Valencia 1589.

5Respecto a las reglas y definiciones de las otras Órdenes castellanas existen ediciones para Santiago en Sevilla 1503, Valladolid 1527, Madrid 1527, Toledo 1529, Toledo 1539,  Alcalá de Henares 1547, Milán 1552,  León 1555,  Amberes 1565,  Alcalá de Henares 1565,  Amberes 1598,  Valladolid 1603, Valladolid 1605,  Madrid 1655,  Madrid 1662 , Madrid 1655, Madrid 1752 y Madrid 1791. Se han reeditado recientmente en facsímil algunas: Copilación de las leyes capitulares de la Orden de la Caballeria de Santiago del Espada, Valladolid: Lex Nova, 1992, 249 pp.; Regla y establecimiento de la Caballeria de Santiago del Espada, Valladolid: Lex Nova, 1991, 200 h + 46 pp., ill. Las de Alcántara en Alcalá de Henares 1553,  Madrid 1559,  Madrid 1569,  Madrid 1576,  Madrid 1609,  Roma 1626,  Madrid 1663. Las referencias completas de estas ediciones quedarán incluidas en el repertorio, y algunas de ellas las recoge D.W. Lomax: Las Ordenes Militares en el Península Ibérica durante la Edad Media, Salamanca: Instituto de Historia de la Teología Española, 1976, pp. 107-108.

6Caro de Torres, Francisco: Historia de las Ordenes Militares de Santiago, Calatrava y Alcantara, desde su fundacion hasta el Rey don Felipe Segundo. Discurso apologetico en gracia y favor de las Ordenes Militares por Fernando Pizarro y Orellana, Madrid: Juan González, 1629, 15 h.+252 ff.

7Pineda, P.: Obligaciones y excelencias de las tres Ordenes Militares de Santiago, Calatrava y Alcantara, Madrid: Imprenta de Diego Díaz, 1643, 191 pp. Este trabajo fue copiado por Alonso de Peñafiel y Araujo.

8Mascareñas, Gerónimo: Apologia Historica por la Ilustrissima Religion, y Inclita Cavalleria de Calatrava: Su antigüedad, su extension, sus grandezas entre las Militares de España, Madrid: Diego Díaz de la Carrera, 1651, 10 h.+178 pp. Id.: Raymundo Abad de Fitero de la Orden del Cister fundador de la Sagrada Religion y inclyta cavalleria de Santa Maria de Calatrava; Primer Capitan General de sv espiritual, y temporal milicia, Madrid: Diego Díaz de la Carrera, 1653, 20 h.+112 ff. Asimismo es autor de Aparato para la Historia de la Orden de Calatrava, Manuscrito conservado en el Archivo Histórico Nacional, Sección de Órdenes Militares, libro 1.268 c. Mascareñas contribuyó asimismo a la edición de las Diffiniciones de Calatrava conforme al capítulo general de 1652, editadas en Madrid 1661 y reimpresas en 1748.

9Zapater, F. Miguel Ramón: Cister Militante en la campaña de la Iglesia contra la sarracena furia. Historia General de las Ilustrissimas, inclitas y nobilissimas Cavallerias del templo de Salomon, Calatrava, Alcantara, Avis, Montesa y Christo, Zaragoza: Agustin  Verges, 1662, IX h. + 618 pp. + 13 h.

10 El memorial del censor Murcia de la Llana, que data de 1624, se conserva en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid. Peñalosa es autor de Las cinco excelencias del español que despueblan a España para su mayor potencia y dilatación. Pondéranse, para que mejor se adviertan, las causas del pueblo de España, y para que los lugares despoblados de ella se habiten y sean populosos, Pamplona, 1629. Ambos fueron estudiados por Gutiérrez Nieto, J.I.: “ El pensamiento económico, político y social”, El siglo del Quijote (1580-1680). Religión, Filosofía, Ciencia, volumen XVI, tomo I, de la Historia de España Menéndez Pidal,  dirigida por J.Mª Jover Zamora, Madrid, Espasa Calpe, 1986, pp. 282-288.

11Mendo, Andrés: De Ordinibus Militaribus disquisitiones canonicae theologicae morales et historicae, pro foro interno et externo. Opus elaboratum ad praxim iposrum Ordinum, necnon Jurisprudentum et Confessariorum, Salmanticae: Apud Sebastianum Perez, 1657, 10 h. + 476 pp. + 22 h. Existe versión castellana: De las Ordenes Militares, de sus principios, govierno privilegios, obligaciones y de todos los casos morales que pertenecen a los cavalleros, y religiosos de las mismas ordenes sacada la sucinta sin traducion del tomo latino que escribio el R.P. Andrés Mendo. Dispuesto y añadido por el mismo autor, Madrid: Juan García Infanzón, 1681, 8 h. + 367 pp. + 6 h., reeditado por el mismo impresor en 1682.

12Francos Valdés, Bernardino Antonio: Pro juribus, privilegiis, exemptionibus, jurisdictione spirituale ac temporali, gubernio quattuor ordinum equestrium militarium Divi Iacobi, Calatravae, Alcantare et Montesae, Salmanticae: Officina Santae Crucis Antonius Villarroel y Torres, 3 tomos en 3 vols, 1740-1744.

13Se publica el de Santiago en 1719, el de Alcántara en 1749 y el de Calatrava en 1761 (éste reeditado en facsímil en Barcelona: El Albir, 1977) . El de San Juan se publica también en 1724, aunque contaba con una edición de principios del siglo XVII.

14Luis Salazar y Castro fue procurador general de la orden de Calatrava y es autor de múltiples alegaciones en litigios que afectaron a las Órdenes a principios del siglo XVIII, muchos de los cuales se conservan en la Biblioteca Nacional de Madrid, Archivo Histórico Nacional y Real Academia de la Historia. Aparte de su papel oficial en el Consejo de Órdenes, como  historiador de casas nobiliarias y analista de sus genealogías, Salazar se apoyó en la documentación de las Órdenes, muchos de cuyos papeles fueron copiados con destino a la recién creada Academia de la Historia, y se incluyeron en la colección Salazar. Entre sus obras relacionadas con nuestro tema está Los comendadores de la Orden de Santiago, publicada en Madrid en 1949 en 2 vol., a partir del manuscrito del siglo XVIII.

15Cruz Manrique de Lara, Íñigo de la: Defensorio de la religiosidad de los Cavalleros de las Ordenes  Militares, comprobado con autoridad de los mismos autores que contra ellos se citan, de que son simplicites y verdaderamente Religiosos por ley, por razón, y por autoridad, y de que como tales deben gozar de todos los privilegios religiosos. Instrucción para ellos en las obligaciones de tales, y particulares noticias para la suya, y noticia abreviada de los selectos privilegios y bulas de la Orden de Calatrava, con un breve discurso à la fin de la grande utilidad de que se practicase su instituto, asi para el Servicio de Dios y Su Iglesia, como bien de la Espàñola Monarquia y el modo mas fácil y util de practicarlo, Madrid: Imprenta Bernardo Peralta, 1731, 648 pp.

16Chaves, Bernabé: Apuntamiento legal sobre el dominio solar que por reales donaciones pertenece a la Orden de Santiago en todos sus pueblos..., Madrid, 1741, reed. facsímil en Barcelona: El Albir, 1975.

17Aguirre, Domingo: El gran Priorato de San Juan de Jerusalén en Consuegra en 1769, Toledo, 1973, 225 pp.

18 Jovellanos, Gaspar Melchor de: Reglamento para el Colegio de Calatrava, Gijón: Ayuntamiento, 1964 254 pp., primera edición crítica, prólogo y notas de José Caso González. Gómez Centurión, José: Jovellanos y las Órdenes Militares, Madrid: Real Academia de la Historia, 1912, 348 pp. Id.: Jovellanos y los colegios de las Órdenes Militares en la Universidad de Salamanca, Madrid, 1913, 390 pp.

19Guillamas Galiano, Manuel de: Reseña histórica del origen y fundación de la Ordenes Militares y bula de incorporación a la Corona Real de España, con datos estadísticos relativos a los Maestrazgos, encomiendas y alcaidías, con sus productos; dignidades y benficios eclesiásticos, el número de iglesias y monasterios de religiosas, con otras varias noticias muy curiosas, Madrid 1851, 101 + 4 pp. Id.: De las Ordenes Militares de Calatrava, Santiago, Alcántara y Montesa. O sea, comentarios a los artículos del Concordato recientemente celebrado por S.M. la Reina de España con la Santa Sede, relativos a la jurisdicción, territorio y bienes de aquellas, Madrid: José Villeti, 1852, V+398 pp.

20Álvarez de Araujo y Cuéllar, Ángel: Recopilación histórica de las cuatro Ordenes Militares de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, Madrid: R. Vicente, 1866, 267 pp. Id.: Las Ordenes Militares de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa. Su origen, organización y estado actual, Madrid: Imprenta de Fernando Cao y domingo de Val, 1891, 276 pp. Este autor también se ocupó en otros trabajos de recoger el ceremonial y liturgia de los caballeros de hábito.

21Fernández Llamazares, J.: Historia compendiada de las cuatro órdenes militares de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, Madrid, 1862. 449 pp.

22Gil Dorregaray, José: Historia de las órdenes de caballería y de las condecoraciones españolas, Madrid 1864, 2 vol. con un apéndice (Madrid 1865). C. Rosell trata de San Juan; A. Ferrer del Río de Santiago; A. Fernández-Guerra y Orbe de Calatrava; J. Godoy Alcántara de Alcántara y A. Benavides de Montesa.

23Creado por R.Decreto de 28 de marzo. Véase Sánchez Belda, Luis. Guía del Archivo Histórico Nacional, Valencia, 1958. Crespo Noguera, Carmen: “los primeros cien años del Archivo Histórico Nacional (1866-1966)”, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, LXXIII (1966), 286-319. Id. y otros: Archivo Histórico Nacional, Guía,  Madrid: Ministerio de Cultura, Dirección General de Bellas Artes y Archivos, 1988. 89 pp. Se dedican a la Sección de Órdenes Militares las pp. 23-28.

24Rodríguez de Uhagón, Francisco: “Indice de los documentos de la orden militar de Calatrava”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, XXXV (1899), 5-167, reimpreso aparte el mismo año y empleado como catálogo en el Archivo Histórico Nacional. Posteriormente continuaron las ediciones de catálogos de series medievales a cargo de las archiveras que han trabajado en esta sección.Véase Javierre Mur, Aúrea y Gutiérrez de Arroyo, Consuelo: Guía de la Sección de Ordenes Militares del Archivo Histórico Nacional, Madrid, Patronato Nacional de Archivos, sin fecha.

25Vignau y Ballester, Vicente de y Rodríguez de Uhagón y Guardamino, Francisco: Índice de pruebas de los caballeros que han vestido el hábito de Santiago desde el año 1501 hasta la fecha., Madrid, 1901. Id.: Índice de pruebas de los caballeros que han vestido el hábito de Calatrava, Alcántara y Montesa desde el siglo XVI hasta la fecha. Madrid, 1903. Vicente Vignau fue director del Archivo, y Francisco R. de Uhagón fue ministro del Tribunal de Órdenes y presidió la Academia de la Historia. Existen, además, otros índices que también elaborados en en el Archivo durante el siglo XIX no llegaron a publicarse, según se comenta en la Guía de la Sección. 

26Entre las más conocidas están las ediciones de catálogos de series medievales a cargo de las archiveras que han trabajado en esta sección, como el catálogo de documentos de Montesa, publicados por A. Javierre Mur en 1945 o los privilegios reales de la orden de Santiago, y la documentación Navarra de la O. de San Juan por C. Gutiérrez del Arroyo.

27 Guía del Archivo Histórico Nacional citada , y en Javierre Mur, Aúrea y Gutiérrez de Arroyo, Consuelo: Guía de la Sección de Ordenes Militares del Archivo Histórico Nacional, Madrid, Patronato Nacional de Archivos, sin fecha (1949), 301pp. También existe documentación posterior al siglo XV reseñada en Javierre Mur, Aúrea y Gutiérrez del Arroyo, Consuelo: Catálogo de los documentos referentes a los conventos de Santiago, Calatrava y Alcántara, que se conservan en el Archivo Secreto del Consejo de las Órdenes Militares, Madrid: Junta técnica de Archivos, Bibliotecas y Museos- Archivo Histórico Nacional. Ediciones Conmemorativas del centenario del cuerpo facultativo 1858-1958, 1958 459 pp.

28Javierre Mur, Aúrea: Pruebas de ingreso en la Orden de San Juan de Jerusalén. Catálogo de las series de caballeros, religiosos y sirvientes de armas existentes en el Archivo Histórico Nacional, Madrid: Patronato Nacional de Archivos Históricos-Archivo Histórico Nacional, 1948, 459 pp. Id.: Índice de expedientillos y datas de hábito de caballeros de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, Madrid: Servicio de Publicaciones del Ministerio de Educación y ciencia, 1976. Id. y Pérez Castañeda, M.A.: Pruebas para ingreso de religiosos en la Orden de Santiago. Catálogo de los expedientes y relaciones de religiosos existentes en el Archivo Histórico Nacional, Madrid: Dirección General del Patrimonio Artístico y Cultural - Archivo Histórico Nacional, 1976, 194 pp.; Pérez Castañeda, María Angeles y Couto de León, María Dolores: Pruebas para contraer matrimonio con caballeros de la Orden de Santiago, Madrid: Dirección General del Patrimonio Artístico, 1976, 291 pp.; Id.: Pruebas para el ingreso de religiosos en las órdenes de Calatrava, Alcántara y Montesa, Madrid: Ministerio de Cultura, 1980, 226 pp.; Id.: Pruebas para el ingreso de religiosas en las órdenes de Santiago, Calatrava y Alcántara, Madrid, Ministerio de Cultura, 1980.

 

29En ellos, el de Pérez Balsera, J.: Los caballeros de Santiago, Madrid-Cuenca, 1933-35, 6 vol. correspondientes a apellidos iniciados por la letra “A”;  Lohman Villena, D.: Los americanos en las Órdenes Nobliliarias, Madrid: CSIC, 1947, 2 vol., reeditado en 1993 por el CSIC; Cadenas y Vicent, Vicente: Caballeros de la Orden de Alcántara que efectuaron sus pruebas de ingreso durante el siglo XIX, Madrid: Ediciones Hidalguía, 1956, 328 pp.; Id.: Caballeros de Montesa que efectuaron sus pruebas de ingreso durante el siglo XIX, Madrid: Imprenta y Editorial Maestre, 1957, 285 pp.; Id.: Caballeros de la Orden de Calatrava que efectuaron sus pruebas de ingreso durante el siglo XIX, Madrid: Ediciones Hidalguía, 1976, 284 pp.; Id.: Caballeros de la Orden de Santiago. siglo XVIII, Madrid: Ediciones Hidalguía, 1977-1980, 5 vol.; Id.: Caballeros de la Orden de Santiago que efetuaron sus pruebas de ingreso en el siglo XIX, Madrid: Ediciones Hidalguía, 1981, 583 pp.; Id.: Caballeros de la Orden de Calatrava que efectuaron sus pruebas de ingreso durante el siglo XVIII, Madrid: Ediciones Hidalguía, 1986-1987, 4 vol.; Id.: Caballeros de la Orden de Alcántara que efectuaron sus pruebas de ingreso durante el siglo XVIII, Madrid: Ediciones Hidalguía, 1991-2, 2 vols. Walsh, Micheline: Spanish Knights of Irish origin, Dublín: Stationery Office for the Irish Manuscripts Commission (Government of Ireland), 1960-1978, 4 vols.

30Véase, por ejemplo, el acercamiento que en esta línea les dedicó en 1948 Américo Castro en “Órdenes Militares. Guerra Santa. Tolerancia”, capítulo V de España en su historia. Cristianos, moros y judíos, 2ª edición de Crítica, Barcelona, 1983, reeditada por Grijalbo-Mondadori, Barcelona, 1996, pp. 181-196.

31 En 4 vols. publicada en 1913. Hemos consultado la 4ª edición, corregida y aumentada, Barcelona: Sucesores de Juan Gili, S.A., 1928.

32 Véase Aróstegui, Julio: La investigación histórica: teoría y método, Barcelona: Crítica, 1995, pp. 98-101.

33Historia de España y de la civilización española, Tomo II, Edad Media, pp. 9-10, en “Cuarta Época (1252-1479). Organización social y política”.

34Ibidem, pp. 406-410.

35Ibidem, p. 455.

36Ibidem, p. 474.

37Id., Tomo III, Edad Moderna. Primera Época. La Casa de Austria. Hegemonía política de España y decadencia, en el capítulo “organización social y política”, pp. 192-195. Comete un error Altamira al situar a Montesa en el mismo proceso de incorporación de maestrazgos que las otras tres Órdenes, pues no ocurrió hasta 1592 de manera efectiva. Dicho error es recogido posteriormente sin crítica por otros autores que copian o resumen a Altamira, como veremos.

38Ibidem, p. 271.

39Ibidem, p. 273.

40Ibidem, p. 272. Suponemos que por “maestrazgos” Altamira quiso decir gobernaciones, siendo los gobernadores funcionarios situados al frente de los gobiernos de las provincias de Órdenes, equivalentes a los corregidores pero en demarcaciones de jurisdicción perteneciente a alguna orden militar.

41Ibidem, p. 303.

42Id., Tomo IV Edad Moderna. Segunda Época. La Casa de Borbón. Su intento de regeneración nacional (1700-1808),  pp. 123-124.

43 Tomo III, 3ª parte, Los Reyes Católicos, Barcelona: Salvat,  p. 32. Hemos consultado la edición de 1948.

44Tomo IV, 1ª parte, Barcelona: Salvat, 1926.

45Con prólogo del P. Félix García, Barcelona: Casa Editorial Araluce, 1929.

46Ibidem, p. 70, pero sin indicar cuáles eran tales privilegios.

47Ibidem, pp. 106-107.

48Ibidem, p. 135

49Historia de España. Gran Historia General de los Pueblos Hispanos, Tomo III: La baja Edad Media y la unidad nacional,  por  Julián María Rubio, Luis Ulloa, Emilio Camps Cazorla y Jaime Vicens Vives, Barcelona, 1935.

50Ibidem, en p. 490, en el apartado “Población. elementos étnicos y clases sociales” se despacha en menos de una página esta temática, mencionando tan sólo a grupos como los gitanos, los cristianos nuevos y el problema dela limpieza de sangres y  los campesinos. Las Órdenes Militares no aparecen en modo alguno.

51 Tomo IV: La Casa de Austria (siglos XVI y XVII), por Luis Ulloa Cisneros y Emilio Camps Cazorla, Barcelona, 1936. Hemos consultado la tercera edición de 1966 (en reimpresión por Ediciones Océano, 1982, 468 pp.), revisada por Juan Reglá Campistol, quien ya lo hizo en 1958 en la segunda edición. Reglá, en la introducción  que hace a la edición revisada advierte al lector de que la síntesis que redactó inicialmente Luis Ulloa, a partir de los materiales entonces disponibles,  no está exenta de deficiencias, aunque la califica positivamente.

52 Ibidem, p. 320-322

53 Ibidem, p. 332. El apartado “Los Consejos” apenas tiene una página de de extensión.

54Tomo II: Reyes Católicos- Casa de Austria (1474-1700), Madrid, Espasa Calpe, 1954(6ª edición refundida). Escrito originariamente en 1947.

55Ibidem, pp. 156-160 y 173-175, respectivamente.

56Ibidem, pp. 205-206.

57Ibidem, p. 909. Es obvio el resumen del texto de Altamira.

58Ibidem, p. 925, en el capítulo “Organización política”, apartado “Administración central”.

59Publicada en Barcelona  por la Editorial Ariel, a partir de 1952. Se ha reeditado recientemente, también Barcelona por Editorial Crítica, en tres volúmenes.

60Tomo II, Barcelona , 1955, p. 400. La fuente de estas noticias es el trabajo de Javierre Mur, Aúrea: “Fernando el Católico y las Órdenes Militares Españolas”, V Congreso de Historia de la Corona de Aragón, Estudios  I, Zaragoza 1955, pp. 287-300.

61Tomo IV, Barcelona, 1955, p. 185. Al Consejo de Órdenes vuelve a citarlo, de pasada, hablando de la administración en el reinado de Fernando VI (Tomo V, 1956, p. 373).

62Ibidem, p. 436.

63Tomo V, Barcelona, 1956, pp. 16-17. Los datos, a su vez, los toma de Pfandl.

64Ibidem, p. 18.

65Ibidem, p. 385.

66Tomo II, Baja Edad Media. Reyes Católicos. Descubrimientos edición original por Teide, Barcelona, 1957. Hemos empleado la edición de bolsillo (correspondiente a la segunda edición revisada) Barcelona, Editorial Vicens Vives, 1977 (2ª reimpresión) pp. 390-391.

67Tomo III, Imperio. Aristocracia. Absolutismo, Editorial Vicens Vives, Barcelona, 1977 (edición de bolsillo) p.54. Es notorio el error respecto a Montesa, incorporada, como ya se ha dicho, en 1592, y que procede de Altamira, a quien resume.

68Ibidem, p. 242.

69Ibidem, p. 244.

70Volumen IV: Los Borbones. El siglo XVIII en España y América, Barcelona,  Editorial Vicens Vives,  1979 (edición de bolsillo),  p. 56. Con correcciones, son las ideas expuestas por Altamira.

71Ibidem, p. 22.

72Domínguez Ortiz, Antonio: Sociedad y Estado en el siglo XVIII español, Barcelona, Ariel,  1976, pp. 352-356.

73 Publicada en 2 tomos, por el CSIC, fue objeto de una edición resumida con el título Las clases privilegiadas en la España del Antiguo Régimen, Madrid, Istmo, 1973. El CSIC y la Universidad de Granada han promovido una edición facsimilar de la edición original en 1992, en dos tomos.

74 Ibidem, p. 198.

75 Ibidem.

76Ibidem, p. 204

77Ibidem, p. 205-209.

78Elliott, John H.: La España Imperial, 1469-1716, Barcelona, Editorial Vicens Vives, 1965, 454 pp.

79Ibidem, p. 90.

80Ibidem, p. 124 y 214.

81Ibidem, p. 240.

82Basil Blackwell, 1965-9. Consultamos la edición traducida España bajo los Austrias, Barcelona: Península, 1970-2, 2 vol, 462 pp. y  429 pp. Esta obra, actualizada por el autor en 1991-1992, se ha reeditado nuevamente en dos volúmenes: Los Austrias (1516-1598) y (1598-1700), vols. X y XI de la Historia de España, dirigida por el mismo John Lynch, Barcelona: Crítica, 1993, 445 pp. (vol X) y 398 pp. (vol. XI).

83Ibídem, vol. I, p. 13.

84Ibídem, vol. I, pp. 21-22.

85Ibidem, vol. I, p. 68.

86Ibídem, vol. I, p. 24.

87Ibidem, vol. I, p. 40.

88Ibidem, vol. I, p. 76.

89Ibidem, vol. II, p. 147-48

90Ibidem, vol. II, p. 188.

91Marqués de Lozoya: Historia de España, tomo 3, Barcelona, 1967, p. 63.

92Ibidem, p. 54-58.

93Wright, L.P.: “The Military Orders in sixteenth and seventeenth century Spanish society. The institutional embodiment of a historical tradition”, Past and Present, 43 (1969), 34-70. Traducido al español “Las Órdenes Militares en la sociedad española de los siglos XVI y XVII. La encarnación institucional de una tradición histórica”, en Elliott, John H. (de.): Poder y sociedad en la España de los Austrias, Barcelona: Crítica, 1982, 15-56.

94Ibidem, p. 23 -empleamos la edición traducida-.

95Ibidem, p. 56.

96Domínguez Ortiz, Antonio: El Antiguo Régimen: Los Reyes Católicos y los Austrias, vol. III de la Historia de España Alfaguara. Madrid, 1973. Consultamos la 5ª edición, Alianza Editorial, Madrid, 1978. Posteriormente se ha publicado una edición actualizada, en 1988, por la misma editorial

97Ibidem, p. 115.

98Ibidem, p. 49.

99Ibidem, p. 118 y 205

100Ibidem, citado de pasada en p. 218.

101Historia de España, coordinada por J.L. Comellas, editorial Carrogio, Barcelona, 1976. Tomo III Edad Moderna I.. La época del Renacimiento.

102Madrid: Cátedra, 1970. 2ª ed   Madrid: Cátedra, 1974, 270 pp. Sobre las Órdenes Militares, especialmente en pp. 149-153.

103Ibidem, p. 141.

104Ibidem, tras el capítulo de la orden de Santiago en Valladolid, episodio que ya incluyó Aguado Bleye.

105Ibidem, pp. 134-138.

106Ibidem, p. 60.

107Conservada en el Archivo General de Simancas, secc. Estado (Castilla) leg. 89, fol. 198 y 206. Estos documentos se mencionan en La sociedad española del Renacimiento, 2ª  ed. , p. 150. Hacemos mención expresa de los mismos, porque se citan reiteradamente en varias obras de Fernández Álvarez.

108Ibidem, p. 143.

109Ibidem, pp. 56-57.

110Jover, José Mª(director): Historia de España de Menéndez Pidal, Tomo XIX El siglo XVI. Economía. Sociedad. Instituciones, por M. Fernández  Álvarez, Madrid: Espasa Calpe, 1989, p. 343.

111Ibidem, p. 333-334.

112Ibidem, p. 591.

113Vázquez de Prada, Valentín (director): Historia económica y social de España,  Tercer volumen Los siglos XVI y XVII, del que es autor el propio V. Vázquez de Prada, Madrid: Confederación Española de Cajas de Ahorro, 1978.

114Ibídem, pp. 165-168. Cita en nota a los mismos que incluía Pfandl.

115Ibidem, p. 145.

116Dirigido por Aldea Vaquero, Quintín; Martín Martínez, Tomás y Vives Gatell, José, Madrid: Instituto Enrique Flórez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1973, tomo III Man-Ru, pp. 1811-1830. Los artículos relativos a la orden de Alcántara, Calatrava, y Santiago fueron redactados por D.W.Lomax, el de Montesa por F.D.Yáñez y el de San Juan por S. García Larragueta, todos ellos medievalistas especializados en Órdenes Militares.

117Kellenbenz, Hermann: Die fuggersche Maestrazgopacht (1525-1542), Tubinga, 1967.

118Carande, Ramón: Carlos V y sus banqueros, 3 vols., Madrid, 1944-1967. Reedición resumida en 2 vol., Barcelona: ed. Crítica, 1977.

119Ulloa, Modesto:La Hacienda Real de Castilla en el reinado de Felipe II, Roma, 1963, 2ª ed. Madrid: Fundación Universitaria Española, 1977.

120Domínguez Ortiz, A.: Política y Hacienda de Felipe IV, Madrid: Editorial de Derecho Financiero, 1960. 2ª edición facsímil, Madrid: Ediciones Pegaso, 1983.

121Garzón Pareja, Manuel: La Hacienda de Carlos II, Madrid, Instituto de Estudios Fiscales, 1980.

122Recordemos también que las minas de Almadén, que cuentan con estudios especializados como el de Matilla Tascón, estaban integradas en los maestrazgos.

123Moxó, S. de: “Las desamortizaciones eclsiásticas del siglo XVI”, Anuario de Historia del Derecho Español, XXXI (1961), pp. 327-361; “Los señoríos”, Hispania, XXIV (1964) pp. 185-236 y 399-430.

124Guilarte, A.: El régimen señorial en el siglo XVI, Madrid 1962.

125Cepeda Adán, José: “Desamortización de tierras de Órdenes Militares en el reinado de Carlos I”, en Hispania, 146(1980), pp. 487-528.

126Véase la actualización bibliográfica que del tema hace Soria Mesa, Enrique: La venta de Señoríos en el Reino de Granada bajo los Austrias, Granada: Universidad, 1995, 218 pp. Especialmente,  pp. 21-26.

127Maravall, J.A.: Poder, honor y élites en el siglo XVII, Madrid: Siglo XXI de España Editores, 310 pp. Está especialmente dedicado a los hábitos  el apartado “Las vías de inclusión y exclusión en el honor”, pp. 93-116, aunque las referencias al tema abundan en todo este trabajo.

128Sus actas fueron publicadas en el volumen correspondiente a 1981 del Anuario de Estudios Medievales.

129Cit. sup. nota 5.

130Benito ruano, Eloy: “La investigación reciente sobre las órdenes militares hispánicas”, en A cidade de Évora, 59 (1976), 22 p. Recientemente se han actualizado las relaciones bibliográficas en la revista Medievalismo, editada por la Sociedad Española de Estudios Medievales, además de la ponencia que en el presente congreso sobre este tema corre a cargo del profesor D. Miguel Angel Ladero.

131En la UAM se forma un núcleo de doctorandos dedicado a órdenes militares bajo la dirección de Pablo Fernández Albaladejo, y formado por Elena Postigo Castellanos, J.Ignacio Ruiz Rodríguez, Clemente López González. En el CSIC (Instituto Jerónimo Zurita primero y Centro de Estudios Históricos desde 1986) J. Ignacio Gutiérrez Nieto dirigió las Tesis Doctorales de Luis García Guijarro, Jerónimo López-Salazar y Francisco Fernández Izquierdo. En la Casa de Velázquez trabajaba Martine Lambert Gorges, bajo la dirección de Bartolomé Bennassar, y en Zaragoza Eliseo Serrano Martín, asesorado por Gregorio Colás Latorre.

132Su actas fueron publicadas con el mismo título de la reunión por las entidades organizadoras, La Casa de Velázquez y el Instituto de Estudios Manchegos, Madrid 1989, 432 p. Participaron E. Postigo, M.Lambert-Gorges y F.Fernández Izquierdo, además de incluirse un trabajo sobre cartografía de E.Postigo,  J.I. Ruiz y C. López. En esta y en las siguientes citas omitimos las referencias completas de los trabajos para evitar prolijidad, y porque todas ellas se incluirán en el Repertorio anunciado al principio de esta ponencia.

133Las actas fueron publicadas por el Servicio de Publicaciones de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Toledo, 1988. E. Postigo, I.Ruiz Rodríguez, C.López González y F. Fernández Izquierdo presentaron comunicaciones, así como A.Guerrero mayllo y L.Fernández Petrement, ambas dirigidas por J. López-Salazar Pérez.

134Entre ellos, varias mesas redondas celebradas en la Casa de Velázquez, Maison des Pays Ibériques, el congreso dedicado a Hernán Cortés y su tiempo...

135El Arte y las Órdenes Militares (Actas del Simposio), 1985.

136Actes de les Primeres Jornades sobre els Ordes Religioso-militars als Països Catalans, organitzades pel Servei D’Arxius del Departament de Cultura de la Generalitat de Catalunya, Diputació de Tarragona, 1994, 610 pp.

137Les Ordres equestres, militars y maritims y les marines menors de la Mediterrània durant els segles XIII-XVIII (Jornades d’ estudi), Barcelona: Publicacions de la Universitat de Barcelona, 1989.

138Las primeras jornadas se celebraron entre el 2 y el 5 de abril de 1991, y sus actas fueron publicadas inmediatemente: I  Jornadas de Estudio. La orden del Santo Sepulcro. Calatayud-Zaragoza, 1991, 376 pp. Se han convocado posteriormente nuevas jornadas.

139Gutiérrez Nieto, J.I.:” La sociedad española de tiempos de Felipe II”, en El Escorial, biografía de una época (la Historia), Catálogo de la Exposición sobre el IV Centenario del Monasterio de El Escorial, Madrid: Fundación para el apoyo de la Cultura - Dirección General de Bellas Artes y Archivos, Ministerio de Cultura, 1986, pp. 164-185. Id: “El reformismo social de Olivares: el problema de la limpieza de sangre y la creación de una nobleza de mérito”, en La España del conde-duque de Olivares, Servicio de Publicaciones de la Universidad deValladolid, 1990, pp. 417-441.

140El profesor Pere Molas Ribalta ha trabajado con intensidad en el estudio de la administración, los funcionarios y las élites en la España Moderna, sirviéndose de la documentación de Órdenes en muchos de sus trabajos. Específicamente sobre el tema destacamos: “Caballeros catalenes en las órdenes Militres de Castilla, siglos XVI-XVII”, en Quderni Stefaniani, Pisa, VII (1988), 71-82.

141Lambert-Gorges, Martine: Basques et navarrais dans l’ordre de Santiago (1580 - 1620), París: Éditions du C.N.R.S., Collection de la Maison des Pays Ibériques (GIS 410035), 1985, 228 pp.

142Ibidem, pp. 11-30.

143Ibidem, p. 46. Los grupos de clasificación son: militares: Órdenes Militares; grandes servidores del Estado; oficiales reales; notables; hombres de leyes; eclesiásticos; inquisición; diversos.

144Ibidem, pp. 66-68.

145Ibidem, pp. 29, 80-81, 84, 145-146.

146Ibidem, pp 100-101.

147Fernández Izquierdo, Francisco: La encomienda calatrava de Vállaga (siglos XV-XVIII). Su explotación económica y la administración de sus rentas, Madrid: CSIC, Monografías de Historia Moderna, 2, 1985, 157 pp.; Vilar, Juan Bautista: Cehegín, Señorío Santiaguista de los Borbón-Parma (1741-1865),  Cehegín: Ayuntamiento, 1985, 345 pp.

148Ciudad Real: Instituto de Estudios Manchegos, 1986, 743 pp.

149Recientemente nos ha ofrecido una visión general de esta documentación: López-Salazar Pérez, J.: “La Sección de Órdenes Militares y la investigación en Historia Moderna” en Cuadernos de Historia Moderna, 15 (1994), pp. 325-373.

150Por ejemplo, la obra póstuma de Corchado Soriano, Manuel: Estudio histórico-económico-jurídico del Campo de Calatrava, Ciudad Real: Instituto de Estudios Manchegos, Diputación Provincial de Ciudad Real, 1982-1984., en tres tomos;  monografía amplia y  erudita, pero carente de suficiente crítica respecto a muchas de sus afirmaciones, como pone de manifiesto Jerónimo López-Salazar.

151López-Salazar Pérez, J.: Mesta, pastos y conflictos. El campo de Calatrava (s. XVI), Madrid: CSIC, Monografías de Historia Moderna 4, 1987, 211 pp.

152Postigo Castellanos, E.: Honor y privilegio en  la Corona de Castilla. El Consejo de las Órdenes y los Caballeros de Hábito en el siglo XVII, Valladolid: Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Bienestar Social, 1988, 288 pp. Este trabajo fue precedido de la publicación de una revisión historiográfica. “Las Órdenes Militares castellanas en la Historiografía de los siglos XVI al XX”, en Hidalguía, 201 (1987), pp. 353-371.

153Véase, por ejemplo. Barrios, Feliciano: Los Reales Consejos. El gobierno central de la Monarquía en los escritores sobre Madrid del siglo XVII, Madrid: Universidad Complutense, Facultad de Derecho, Sección de Publicaciones, 1988, donde en un conjunto de más de 275 páginas apenas se dedican cinco  al Consejo de Órdenes.

154Ibidem, p. 16.

155Ibidem, p. 51-66.

156Ibidem, pp. 67-110.

157Ibidem, p. 121, siguiendo pautas parecidas a las empleadas por M. Lambert-Gorges.

158Ibidem, pp. 133-144.

159Ibidem, pp. 172-187.

160López González, Clemente: La hacienda de las Órdenes Militares Castellanas durante el reinado de Felipe IV, Madrid: Universidad Autónoma, edición en microfichas, 1990.

161Ruiz Rodríguez, José Ignacio: Hacienda y la administración territorial de tributos en el sigo. XVII. El distrito de los Campos de Montiel, Madrid: Universidad Autónoma, edición en microfichas, 1993.

162Como aportaciones a congresos y en varios artículos aparecidos en Hispania.

163Fernández Izquierdo, Francisco: La orden militar de Calatrava en el siglo XVI. Infraestructura institucional. Sociología y prosopografía de sus caballeros. Madrid: CSIC, 1992, 428 pp.

164Ruiz Rodríguez, José Ignacio: Organización política y económica de la Orden de Santiago en el siglo XVII (los hombres, la economía y las instituciones en el Campo de Montiel), Ciudad Real: Diputación, Área de Cultura, Biblioteca de Autores y Temas Manchegos, 1993, 239 pp.

165Véanse, como ejemplo, Mateo, León Esteban: Historia de Aliaga y su encomienda sanjuanista, Aliaga: Asociación Cultural “Aliaga”- Ayuntamiento, 1989, 226 pp. ill. Montes Nieto, Francisco: La Orden de Calatrava en la villa de Porcuna (1515-1558), Porcuna: Casa Municipal de Cultura del Ayuntamiento, 1993, 333 pp. Amat y Flotats, Salvador: De la comanda santjoanista a L’Espluga Calba d’avui, Lleida: S. Amat y Flotats, 1994, 99 pp. ill. Gómez Vozmediano, Miguel Fernando: Puertollano. IV Centenario del Privilegio de Villa, Ediciones Puertollano, Puertollano, 1994, 189 pp. Mercado Egea, Joaquín: “La encomienda de Segura de la Sierra en 1725”, Boletín del Instituto de Estudios Gienneses, XXXVIII/146 (1992) pp. 261-298; Id: “La encomienda de Montizón y Chiclana (Orden de Santiago)”, Boletín del Instituto de Estudios Gienneses, XLI/156 (1995), pp. 115-194; Id.: “Los comendadores de Montizón y Chiclana. Orden de Santiago”, Boletín del Instituto de Estudios Gienneses, XLI/157 (1995), pp. 91-176.  Las historias locales de las poblaciones que pertenecieron a las Órdenes Militares son una fuente de noticias interesantes, aunque muy desiguales en su utilidad, y en muy raras ocasiones se recogen en las historias generales.

166Aparte de Elena Postigo e Ignacio Ruiz, que pertenecen al grupo inicial de la U.A.M. se han incorporado los profesores del Departamento de Historia Moderna de la U.A.M. Fernando Andrés Robres, quien se ocupa de la orden de Montesa,  y Pedro García Martín,  de la de San Juan o Malta.  El grupo cuenta actualmente con financiación de la DGICYT y se ha contratado en 1996 al Dr. Porfirio Sanz Camañes  como apoyo al proyecto. Se presentaron comunicaciones en la III Reunión Científica de la Asociación Española de Historia Moderna (Las Palmas de G. Canaria, mayo 1994 cuyas actas se publicaron en 1995), y donde participaron F. Andrés y F. Fernández Izquierdo, o el Homenaje a Miguel Artola, aparecido en 1996, que recoge trabajos firmados por F.Andrés y P. García Martín, además de trabajos en Hispania.

167En pp. 53-74.

168Tuñon de Lara, Manuel (director): Historia de España, tomo V, La frustración de un imperio (1476-1714), Barcelona: Labor, 1982, pp. 135-259.

169Ibidem, pp. 183-85.

170Ibidem, p. 203-204.

171Tuñon de Lara, Manuel (director): Historia de España, tomo VII, Centralismo, Ilustración y agonía del Antiguo Régimen (1715-1833), Barcelona: Labor, 1980.

172Historia General de España y América ,Tomo V, Luis Suárez Fernández (coord.): Los Trastámara y la unidad española (1369-1517), Editorial Rialp, Madrid, 1981, p. 552.

173Id., Tomo VI,  Valentín Vázquez de Prada(coord.): La época de plenitud, hasta la muerte de Felipe II, (1517-1598), Madrid, 1986, p. 116.

174Ibidem, p. 149.

175Ibidem, pp. 280-281.

176Id., Tomo VIII, José Andrés Gallego (coord.): La crisis de la hegemonía española. Siglo XVII, Madrid,  1986, pp. 267-268.

177Tomo XXVI, volumen primero de la Historia de España de Menéndez Pidal, dirigida por José Mª Jover, Madrid, Espasa Calpe, 1986. Ha sido reeditado en edición de bolsillo recientemente por la misma editorial.

178Vid. sup. nota 10.

179Historia de España de Menéndez Pidal, tomo XXIII, La crisis del siglo XVII. La población. La ecnonomía. La sociedad. Antonio Domínguez Ortiz es autor del capítulo “La sociedad española del siglo XVII”, pp. 393-593. Respecto al tema cita como referencias los trabajos de Wright, Lambert-Gorges, y los suyos propios.

180Ibidem, pp. 438-440.

181Ibidem, p. 495.

182Oxford Universty Press, 252 pp. con traducción española: La España de los primeros Habsburgo (1517-1598), Barcelona, Labor, 1989.En pp.14-15(edición inglesa) se habla del papel de las Órdenes en la baja Edad Media y su contribución a la guerra de conquista de Granada, además de la incorporación de los maestrazgos entre 1485 y 1494 de manera vitalicia a los Reyes Católicos y en 1524 (sic) al patrimonio regio de la corona de Castilla. Sus rentas suponían una importante aportación a las finanzas castellanas, especialmente tras la incorporación de 1523 (p.233), y fueron administradas por los Fugger tras 1521 (p.221). En otros apartados se menciona a las Órdenes Militares como propietarias de extensas cabañas de ganado ovino.

183Domínguez Ortiz (director): Historia de España, tomo IV, De la crisis medieval al Renacimiento (siglos XIV-XV), Barcelona: Planeta, 1988, pp.476-77.

184Id., tomo V, Los Austrias mayores, Barcelona: Planeta, 1993, pp. 114-118.

185Ibidem, p. 290.

186Ibidem, p. 294.

187Id. Tomo VI, La crisis del siglo XVII, Barcelona: Planeta, 1988.

188Id. Tomo VII, El reformismo borbónico (1700-1789), Barcelona: Planeta, 1988, p. 235. Sus fuentes, según aparecen citadas, son las monografías de A. Domínguez Ortiz La sociedad española en el siglo XVIII, Madrid, CSIC, 1955 y Sociedad y Estado en el siglo XVIII español, Barcelona, Ariel, 1984. El profesor Domínguez, en este último trabajo, p. 345, donde se inicia el estudio del estamento nobiliario, se remite a su estudio sobre la sociedad española del siglo XVII, que hemos comentado ampliamente en esta disertación, como fuente básica también para conocer la realidad de los privilegiados en el siglo XVIII.

189Molas Ribalta, Pere: Edad Moderna, Manual de Historia de España, 3, Madrid: Espasa Calpe, 1988, 582 pp., referencias en pp. 50 y 168. Fernández Álvarez, M. y Díaz Medina, Ana: Historia de España, tomo 8, Los Austrias Mayores y la culminación del imperio(1516-1598), Madrid: Gredos, 1987, 331 pp. Se citan los trabajos de Domínguez y Wright en la bibliografía, y se habla en p. 146 de las Órdenes en términos prácticamente iguales a los empleados en La sociedad española del Renacimiento (véase nota 107).También se menciona al Consejo de Órdenes en p. 191-192 y sus funciones, con algún desliz, como indicar que en 1522  se produce la incorporación perpetua de los maestrazgos -lo fue en 1523-, o que los hábitos quedaban vacantes, situación esta que sólo era posible en los beneficios, como las encomiendas.  En el tomo siguiente de la misma historia: Avilés, Miguel; Villas, Siro y Cremades, Carmen: Historia de España, Tomo 9, La crisis del siglo XVII bajo los últimos Austrias (1598-1700), Madrid: Editorial Gredos, 1988, 346 pp., hay escasas referencias a las Órdenes,  en p. 135, alguna de las cuales  parecen haber sito tomadas de Altamira -véase la cita que recogemos supra, nota 37-.

190García Cárcel, R.; Simón Tarrés, A.; Rodríguez, A. y Contreras, J.: Manual de Historia de España 3. Siglos XVI y XVII, Madrid: Historia 16, 1991.

191Ibidem.,  pp. 278 a 283.

192Ibidem, por ejemplo la minas de Guadalcanal en tierras de la orden de Santiago en p. 131; la encomienda de San Martín de Trevejo, de la orden de San Juan, en pp. 121-213; el convento de franciscanos de Almendralejo, villa de la orden de Santiago. Sobre los hábitos y la limpieza, pp. 218-225, y se incluye en p. 217 la pregunta del interrogatorio de las pruebas para el ingreso en la orden de Santiago donde se inquiría sobre las actividades mercantiles del candidato. A la incorporación de los maestrazgos se refiere en p. 433. En la bibliografía se incluyen las monografías de E. Postigo y de J. López-Salazar.

193Martínez Ruiz, Enrique; Giménez, Enrique; Armillas, José Antonio; Maqueda, Consuelo: La España moderna, Madrid, Istmo, 1992, 610 pp. En este trabajo se incluye en la relación bibliográfica la monografía de E. Postigo.

194En p. 18 se incluye la concesión por el papado de la administración vitalicia de los maestrazgos a los Reyes Católicos entre 1486 y 1501 (incluyendo erróneamente en esta medida a Montesa y San Juan); en p. 51 se menciona la creación del Consejo de Órdenes en 1495; en p. 130 se mencionan los hábitos y encomiendas como fuente de ingresos de la alta nobleza, aunque los primeros apenas generaban el real diario del “pan y agua de los caballeros”; en p. 134 se mencionan las ventas de jurisdicción y bienes de Órdenes efectuadas durante el siglo XVI; en p. 297 los caballeros de hábitos son incluidos en un grado de las distintas situaciones nobiliarias a mediados del siglo XVII, acrecentado en lo económico si se disfrutaba de alguna encomienda; en pp. 430-31, se resume lo escrito por L.C. Álvarez Santaló (vid. supra nota 186).

195Ibidem, p. 131.

196Barcelona, Grijalbo-Mondadori, 1995, 512 pp. Supone una adaptación en formato de libro de bolsillo del tomo correspondiente a la alta Edad Moderna de la Historia de España del Instituto Gallach, de redacción renovada en 1994 y editada por la editorial Océano.

197Ibidem, pp. 72-73.

198Ibidem, pp. 138-139.

199Ibidem, p. 187.

200Ibidem, pp. 223-224.

201Ibidem, p. 185, nombrado comendador mayor de León en la orden de Santiago, y posteriormente marqués de Camarasa.

202Ibidem, p. 467-468.

203Ibidem, p. 444.

204Se citan en la bibliografía las monografías de López-Salazar y Postigo. Respecto a inexactitudes, citamos, por ejemplo, en p. 375 al mencionar a los Guzmanes, antecesores del conde-duque, se dice que eran “encomenderos” de Calatrava. Muchos autores equiparan dos instituciones de idéntica denominación, la encomienda de Órdenes Militares y la encomienda indiana, cuyos titulares se denominaban respectivamente comendadores y encomenderos, pero sin que ambos términos sean sinónimos. El único parecido deriva de la figura de la encomendación, esto es, concesión revocable o vitalicia de una fuente de ingresos, a cambio de unas obligaciones, la defensa de los bienes de la encomienda de Órdenes, en el primer caso, o la evangelización de los indios, en el otro. En líneas generales, mientras el comendador de Órdenes recibía una encomienda cuyos ingresos se obtenían de derechos señoriales y jurisdiccionales, diezmos o usufructo de propiedades, el encomendero indiano era beneficiario del trabajo o los tributos de los indios que se le asignaban en encomienda. No debe hablarse, por ello, ni de encomendero de Órdenes, ni de comendador de indios. Para más aclaraciones véanse las voces encomienda, comendador y encomendero en el Diccionario de la Real Academia, en su edición vigésimoprimera, de 1995.

205Simón Tarrés, Antoni: La Monarquía de los Reyes Católicos. Hacia un Estado hispánico plural, en Historia de España, Madrid: Historia 16, Temas de Hoy, nº 13, febrero 1996, 146 pp

206Bouza, Fernando: Los Austrias Mayores. Imperio y monarquía de Carlos I y Felipe II, en Historia de España, Madrid: Historia 16, Temas de Hoy, nº 15, abril, 146 pp.

207Ibidem, pp.73-74.

208Ibidem, p. 105.

209Ibidem, pp. 64-65.

210Sánchez Belén, Juan Antonio: Los Austrias Menores. La Monarquía española en el siglo XVII, en Historia de España, Madrid: Historia 16, Temas de Hoy, nº 16, mayo 1996, 146 pp

211Ibidem, p. 29.

212Ibidem, .p. 44 . Sin embargo, no queda muy clara la dependencia que la orden de Montesa tenía del Consejo de Aragón, más que del Consejo de Ordenes, como demuestran las últimas investigaciones de Fernando Andrés Robres.

213Artola, Miguel (director:) Enciclopedia de Historia de España, Madrid: Alianza Editorial, 1988-1993, 7 vols. El el último volumen, el VII, se incorpora un índice temático que permite una fácil localización de temas específicos y nombres propios.

214Ibidem, vol. V, Madrid, 1991, pp. 891-894, a cargo de Manuel Fernando Ladero Quesada, Pablo Pérez García y Ramón Salas Larrazábal.

215Ibidem, p. 465-466 y p. 771.

216Ibidem, pp. 400-402.

217Ibidem, pp. 326-327. Observamos una errata al consignar la fecha de creación del Consejo de Órdenes en 1498, en lugar de la fecha correcta, 1489.

218Ibidem, vol VI, Cronología. Mapas. Estadística, Madrid: Alianza, 1993, pp. 1079-1080, 1083-4.

219Ibidem, vol. III, Iglesia, Pensamiento, Cultura, Madrid: Alianza, 1988, pp. 75-126.

220Ibidem, vol II, Instituciones políticas. Imperio,Madrid: Alianza, 1988, pp. 11-92, especialmente pp. 62-63.

221Ibidem, p. 132, aunque todavía anota como fecha de creación la de 1495, conforme a la tradición historiográfica anterior a las últimas monografías, que la sitúan en 1489.

222Ibidem, p. 183, se menciona también la incorporación de Montesa en 1558, lo que no ocurrió hasta la década de los 90.

223Ibidem, en pp. 705 y 707.

224Ibidem, vol. VII, Fuentes. Índices, Madrid: Alianza, 1993., p. 95, hablando del Consejo de Órdenes,  y pp. 116-117, al referirse a los fondos de Órdenes en losarchivos estatales.

225Ibidem, pp. 220-221.

226Véase García Hernán, David: “El estamento nobiliario: los estudios clásicos y el nuevo horizonte historiográfico”, Hispania, LIII/184 (1993), 497-539. Respecto al tema de las Órdenes pp. 518-520

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